Facultad de Derecho
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CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 4 (Diciembre, 2015): 90-109
guese que el n desta [ciencia] comprenderá debajo
de sí los nes de las otras, y así será este el bien huma-
no… Porque bien es de amar el bien de uno, pero más
ilustre y más divina cosa es hacer bien a una nación y
a muchos pueblos” (I, 2).
C. Muchos autores contemporáneos de ética (entre
ellos Adela Cortina y, antes, Habermas) parten de
la idea de que la felicidad es la meta que, de manera
natural e implícita, busca la acción comunitaria y, en
general, el comportamiento de las personas. Por tal
motivo, la felicidad -postulan- sería la nalidad de los
juicios morales acerca de los actos que están bien o
mal, y de cada moral grupal. De ahí que la gestión de
toda autoridad responsable debe esforzarse por llevar
a cabo políticas que la maximicen aquí y ahora; y este
será el principal criterio para enjuiciar sus prácticas.
Aristóteles ahonda en el valor de las capacidades co-
munitarias al armar, en la Política que, si bien los
ciudadanos individuales aislados “no juzgarán con
tanto acierto como los sabios”, reunidos en mayoría
no valen menos que el conjunto de estos; puesto que,
juntos en esta masa o multitud, forman “un carácter
moral” colectivo que tiene el derecho de deliberar y
juzgar sobre los asuntos públicos, por ser capaz de
percibir las cosas “con suciente inteligencia”. Con
todo, en lo relativo a su vida individual, ya que “la
pasión no parece ceder a la razón, sino a la coacción”,
casi todos se abstienen de las malas acciones sólo “por
miedo al castigo; pues, al vivir sometidos a la pasión,
persiguen sus placeres… rehúyen las molestias de sig-
no opuesto” y no escuchan ni comprenden las razo-
nes que tratan de disuadirles (X, 9).
C. He aquí una idea clave de la ética hasta la actuali-
dad: la mayoría de seres humanos tiene su motor in-
terior en ese mecanismo síquico que es el afecto, que
Aristóteles identica como uno de los componen-
tes esenciales del alma animal, y que, desde Charles
Darwin, sabemos que nuestra especie ha heredado
en la evolución de la vida. Este hecho exige de quien
sea un/a responsable bien intencionado de cualquier
colectivo humano -desde la familia hasta, al menos
hasta el plano estatal- que emplee todos los medios
racionales a su alcance para fomentar, en quienes se
hallan a su cargo, actitudes positivas como la concor-
dia. También deberá echar mano de afectos negativos
como el temor, mediante la coacción que va asociada
a la imposición de la ley basada en la fuerza (por ej. la
coerción, la amenaza de un castigo), a n de evitar, en
lo posible, actos injustos, que son los que hacen daño
a la sociedad o a cualquiera de sus miembros.
La ética está regida por dos fuerzas: la voluntad -que
también poseen los animales, pero que, en el ser hu-
mano, a veces puede querer nes imposibles- y la
fortuna. Ésta es el inujo del azar en la vida huma-
na, tanto del proveniente de la naturaleza como del
producido por la interacción de las voluntades huma-
nas. Voluntad y entendimiento/razón son potencias
que forman el alma racional, la parte superior de la
naturaleza humana; que se halla integrada, además,
por otras dos almas, la vital o vegetativa, que anima al
cuerpo, y la animal. Esta última incluye los instintos,
apetitos y afectos, y puede alcanzar una parte de la
razón, en cuanto obedece a esta.
La tarea de la ética dura toda la vida, y reside en ir
logrando, con esfuerzo (voluntad) y conciencia re-
exiva (entendimiento), pasar del temperamento o
naturaleza primera, que es innata, a una naturaleza
segunda, o carácter virtuoso, que nos hace más libres
y felices. Tal madurez ética, propia de personas cuyas
acciones merecen aprobación o tacha, resulta de una
labor socio-individual. De aquí que la educación, so-
bre todo de niños y jóvenes, sea responsabilidad tanto
de la familia como del Estado. Así, la construcción de
la personalidad ética del niño es labor de quienes pue-
den suplir su falta de razón y voluntad, por tener un
criterio ético formado: padres, maestros y, en general,
los ejemplos que den los personajes públicos sabios.
Todos ellos deben conseguir que el infante y el ado-
lescente se alegren y entristezcan con lo que es bueno,
de modo que superen la etapa del animal y del bebé,
que se guíen por lo que les da placer, sin considerar
las consecuencias. Así mismo deben lograr superar la
etapa en que se hallan los muchachos, quienes procu-
ran sobre todo lo que aquí y ahora les da gusto; por
este motivo tienen la disposición del borracho o del
iracundo y, aunque pueden armar bien las razones,
les falta tiempo para que estas se arraiguen en el alma.
En general, quienes entienden una ciencia y no se
sirven de ella son como el que duerme, está furioso
o ebrio. Así, están dispuestos quienes viven en los
afectos: codicia, ira, temor, envidia, celos, odio, de-
seo, compasión, amor, y toda vivencia determinada
por la tristeza o la alegría. Los afectos nos surgen en
forma espontánea; no los elegimos. De ahí que nadie