EL PRÍNCIPE DE MAQUIAVELO THE PRINCE OF MACHIAVELLI O PRÍNCIPE DE MAQUIAVEL
Este resumen pretende, como objetivo principal, dar una visión condensada y comentada de las ideas clave que incluye la gran obra de Maquiavelo. Ella se considera el primer tratado de ciencia política y, por su realismo pragmático, sigue siendo una fuente de primera magnitud para el estudio a fondo del ejerci- cio del poder, no solo a nivel estatal, sino en muchos otros ámbitos en que se necesita una autoridad efec- tiva.
En esta síntesis, considero útil leer primero las partes que se hallan resaltadas con letra negrilla y cursiva, a fin de obtener una apreciación panorámica de sus temas.
En segunda instancia, conviene leer todo el texto que está en negrilla, para captar las ideas más rele- vantes de la obra. Luego, el lector puede profundizar en aquellos temas en que se vea particularmente in- teresado.
Las partes que van entre llaves no se encuentran en el texto original, pero creo que sirven para orde- nar mejor las ideas de la obra original.
De acuerdo a las tesis del italiano de inicios del s. XVI, Nicolo Maquiavelli (Maquiavelo), un conflicto se resuelve al menos por uno de estos cuatro medios:
acuerdo, 2. engaño, 3. fuerza o 4. abandono de la relación problemática. La mejor vía es el acuerdo (1), las otras tres encierran problemas.
A quien engaña (2), tarde o temprano le atrapan in fraganti. Una vez empleada la fuerza (3), en la ma- yoría de casos habrá que seguir echando mano de ella, pues es difícil escapar a la dinámica de revan- cha y violencia que genera. Huir (4) suele equivaler a postergar la solución al conflicto, que es un tipo de enfermedad social que se suele agravar con el tiempo.
En un conflicto, nadie puede imponer sus prin- cipios morales personales a otro; se debe emplear la lógica y la política, en lo posible, dentro de un marco de buena voluntad y mantener una cercanía dialogal con la otra parte, pues cuanto más cerca tenga uno al otro actor del conflicto, mayores probabilidades exis- ten de llegar a un acuerdo beneficioso para los invo- lucrados. Por ej., en el matrimonio, o en la amistad, es crucial que cada quien exprese al otro sus necesi- dades o deseos y, en cada conflicto de intereses, ceder una vez yo y otra tú en la forma más justa, de modo que se mantenga un equilibrio de justicia y reciproci- dad, sin el cual, es imposible que duren cualquiera de esas dos relaciones humanas de intimidad.
Por desgracia, no en todas las ocasiones es posible un acuerdo justo, que depende de dos requisitos: compartir una meta común y confianza mutua; si no se da esta, se suele romper el diálogo, pues alguna de las partes se siente vulnerable: suele temer que la otra use sus datos contra ella.
El engaño es un tipo de fraude que, al dar ventaja a quien lo utiliza, convierte al nego- cio en desigual y nadie quiere hacer un mal negocio.
* Magíster en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Actualmente es profesor de la Universidad de Las Américas y de la Universidad Católica.
La mayoría de personas odiamos la violen- cia pues casi siempre lesiona nuestra calidad de vida. Sin embargo, cada quien debe estar preparado y dispuesto a usarla, cuando no hay otro remedio. Por lo general, familias cuyo estilo de vida está marcado por la pelea interna son disfuncionales y raramente pros- peran.
En caso de conflicto, normalmente solo se tiene una opción de estas tres, pues con frecuencia no hay escape de la situación [4]); y, una vez detectada por un análisis lo más serio posible de las circunstancias, uno debe tomar la pronta decisión de seguirla. En cuanto a la normativa o la ley adecuada al caso, no es sino un subsistema del universo de la violencia que, en principio, es exterior a ambos contendientes.
La teoría del conflicto se aplica a todos los niveles de relación humana: desde la personal o institucio- nal, hasta la escala de la política de un país. A nivel internacional, a mayor desnivel en potencia entre na- ciones, menor posibilidad de tener fines comunes y, en general, de que el inferior tenga confianza; aunque este usualmente debe estar más inclinado a ceder, si quiere conservar su integridad. En sus escritos, Ma- quiavelo partió del hecho socio histórico, por él ob- servado, de que personas y colectivos actúan casi sin
excepción motivados por su egoísmo. Por tal razón, al tratar sobre los conflictos, distinguía claramente entre parientes y extraños, nacionales y extranjeros y, en forma genérica, nosotros con lo nuestro y ellos con lo suyo. Su obra, durante mucho tiempo ha go- zado de mala reputación, no tanto porque los relatos asociados a sus teorías suelen ser demasiado realis- tas, por lo crueles e incluso sangrientos, sino porque esta tesis suya de que prácticamente todo el mundo trata mejor a su hermano que a los demás chocaba contra el espíritu cristiano, uno de cuyos paradigmas es la historia de solidaridad del buen samaritano.
Como consecuencia de las ideas del autor, pudié- ramos definir cuatro esferas en la que se mueven las relaciones intrahumanas: (1) la más cercana y nu- clear, la del amor, cuyo modelo es la familia; (2) la propia de los asuntos entre individuos pertenecientes a todo tipo de instituciones, que suele estar regida por los principios y normas de la justicia (ver el libro V de la Ética a Nicómaco de Aristóteles); (3) la tocan- te a las relaciones entre ciudadanos de un país, que está regulada por las leyes vigentes; y, por fin (4), la esfera internacional, dominada casi plenamente por la escala de poder fáctico en que los países se ubican. Cada uno de esos ámbitos posee su propia dinámica del poder, sus tipos de conflictos y sus formas de re- solverlos.
RESUMEN DE LA OBRA
El mejor regalo es captar en breve tiempo cuanto he aprendido en años y a costa de tantos sinsa- bores. No he adornado esta obra con palabras ampulosas ni atractivos extrínsecos, a fin de que solo la variedad y gravedad del tema la hagan grata {= un rasgo del método científico}… para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los prínci- pes hay que pertenecer al pueblo.1
Toda dominación con soberanía es república o principado.2 Los principados son hereditarios o nue-
vos; y estos han sido adquiridos con armas propias o ajenas, por la suerte o por la virtud.
Estudiaré cómo gobernar y conservar los princi- pados. Es más fácil conservar un Estado hereditario; basta con no alterar el orden establecido y contem- porizar con los cambios que puedan producirse.
{1} Si el principado es un miembro agregado a un conjunto anterior de dominios, puede llamarse mix- to. En los principados nuevos, los hombres cambian con gusto de Señor, creyendo mejorar; luego la experiencia
Es decir: ver desde fuera y entendiendo que la perspectiva de cada quien es relativa.
El principado es la monarquía.
les enseña que han empeorado. Este proceder resulta de una necesidad natural que hace que el príncipe ofenda a sus nuevos súbditos con mil vejaciones que la conquista lleva consigo. Así, tienes por enemigos a quienes has ofendido y no puedes conservar como amigos a quienes te han ayudado a con-quistarlo; pues no puedes satisfacerlos como esperaban y, por estarles obligado, tampoco puedes emplear medici- nas fuertes contra ellos, ya que siempre se tiene la necesidad de la colaboración de los “provincianos” para entrar en una provincia. / Cuando los territorios se han conquistado por segunda vez, el señor aprove- cha la rebelión para asegurar su poder castigando a los delincuentes y reforzando las partes más débiles.
{A} Los Estados que al adquirirse son de la misma provincia y lengua, es fácil conservarlos cuando no están acostumbrados a vivir libres, pues, siempre que se respeten sus {a} costum- bres y {b} las ventajas de que gozaban, los hom- bres permanecen sosegados. Pero hay que cui- dar: que la descendencia del anterior príncipe desaparezca y que {a1} ni sus leyes {b1} ni sus tributos sean alterados.3
{B} Cuando se adquieren Estados en una pro- vincia con idioma, costumbres y organización diferentes se precisa mucha suerte y habilidad para conservarlos. {1} Un remedio sería que la persona que los adquiera fuese a vivir en ellos;4 ya que se ven nacer los desórdenes y se los pue- de reprimir con prontitud, y los súbditos están más satisfechos, porque pueden recurrir a él fácilmente y tienen más oportunidades para amarlo, si quieren ser buenos, y para temerlo, si quieren proceder de otra manera.
{2} Otro remedio es mandar colonias5 a uno o dos lugares que sean como llaves de aquel Estado o mantener numerosas tropas. A las colonias con pocos gastos se las gobierna y conserva, y solo se perjudica a quienes se les arrebata los campos y casas para darlos a los
nuevos habitantes. Y, como los damnificados son pobres y andan dispersos, jamás pueden significar peligro.
La ofensa6 que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse. / Mas, si se usa la ocupación militar, el gasto es mucho mayor; porque el mantenimiento de la guardia absorbe las rentas del Estado y se incomoda a todos con el frecuente cambio de alojamiento de las tropas, de modo que todos se vuelven enemigos.
{3} El príncipe debe hacerse defensor de los me- nos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío y evitar que entre en su Estado un extranjero tan poderoso como él; pues siem- pre se pone de parte de los descontentos de su gobierno, se le adhieren los que le tienen envi- dia como el más fuerte entre ellos y se alían con el Estado invasor.7
Debe preocuparse de que, luego, sus aliados no adquieran demasiada fuerza. Si los males se descu- bren a tiempo en el Estado, solo el hombre sagaz los cura pronto; pero no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.
Una guerra no se evita y, si se difiere, es en prove- cho ajeno. Para llegar a apoderarse de dos ciudades de Lombardía, los venecianos convirtieron al rey de esta en dueño de las dos terceras partes de Italia.
El ansia de conquista es un sentimiento muy na- tural; los que pueden serán alabados, pero cuando la intentan los que no pueden, la censura es lícita.8
Para evitar una guerra, nunca dejar que un desor- den siga. / Una regla que rara vez falla: el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina, porque quien se ha vuelto poderoso recela de la astucia o de la fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado.
Conservar las ventajas a las que están acostumbradas las mayorías exige que el gobierno trate de evitar en lo posible el rechazo de la población causado por alza de precios de primera necesidad, tales como combustibles.
Por ej., Carlos V de Alemania se quedó a vivir en España… quizá tras leer a Maquiavelo. Hoy, por ej. muchos gobiernos tratan de evitar al máximo.
Se refiere a las plazas fuertes en que está acantonado un destacamento militar de la potencia conquistadora.
Aquí habla de “ofensa” en el sentido de daño o perjuicio.
Esta coyuntura fue promovida por el imperio español en la conquista de los dominios inca y azteca.
Este enjuiciamiento se basa en una visión fáctica, hecha desde la óptica del poder.
Los principados son gobernados por un príncipe
{1} que elige de entre sus siervos a los ministros que lo ayudarán a gobernar, o {2} es asistido por nobles que deben la posición a la antigüedad de su linaje y que tienen súbditos que los reconocen por señores y les tienen afección. En el caso {1}, el príncipe goza de mayor autoridad, porque no se reconoce sobera- no sino a él y, si se obedece a otro, solo se lo hace por tratarse de un magistrado del príncipe. Ej. de {1} Turquía.
En tales casos hay dificultad para conquistar el Estado, pero es fácil conservarlo; pues no es fácil so- bornar a los deudores del príncipe, y los traidores no podrían arrastrar consigo al pueblo.
Una vez derrotado el pueblo turco, no hay que tomar sino a la familia real y, extinguida esta, nadie significa peligro, ya que nadie goza de crédito en el pueblo.
Ej. de {2}, el rey de Francia. En estos casos, si atraes a algunos nobles descontentos pueden facili- tarte la conquista; pero si quieres mantenerla, tendrás que luchar contra los que te han ayudado9 y contra los que has oprimido. Unos u otros se harán cabeci- llas de los nuevos movimientos, y perderás el Estado en la primera oportunidad que se les presente; como Francia.
Los numerosos principados que había en España, Italia y Grecia, explican las frecuentes revueltas contra los romanos. Mientras perduró el recuerdo de su exis- tencia, nunca estuvieron estos seguros de su conquista; pero, una vez borrado el recuerdo, se convirtieron, gracias a la duración y al poder de su Imperio, en seguros dominadores.10 La facilidad o dificultad con
que se conserva lo adquirido no depende de la virtud del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquis- tado.
Tres modos: {1} destruirlo, {2} radicarse en él {3} dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tri- buto y establecer en él un gobierno con un corto nú- mero de personas. Y como este sabe que nada puede sin el poder del príncipe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado.
No hay nada mejor que hacer gobernar una ciudad por sus mismos ciudadanos. El único medio seguro de dominar una acostumbrada a vivir libre es destruirla. Sus rebeliones tendrán por baluarte su nombre y sus antiguos estatutos; y, si sus habitantes no se disper- san, nadie se olvida del nombre ni de los estatutos, y a ellos recurren en cualquier contingencia, como Pisa luego de un siglo bajo el yugo florentino.
Cuando están acostumbradas a vivir bajo un prín- cipe y por la extinción de su linaje queda vacante el gobierno, como los habitantes están habituados a obedecer y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos y tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas.
En las repúblicas hay más vida, más odio, más an- sias de venganza.11 El recuerdo de su antigua libertad no les concede reposo.12 El mejor camino es destruir- las o radicarse en ellas.
Quien menos confía en el azar es el que más tiempo conserva su conquista. Los que se convirtie- ron en príncipes por sus virtudes deben a la fortuna
Algo así ha sucedido en el Ecuador de del año 2013-2013, en las relaciones del presidente R. Correa con sus antiguos socios: Pachakútik, MPD o Ruptura de los 25. Ver más adelante la idea final del párrafo 1.° del cap. XX.
Este es un ejemplo de cómo funciona la dinámica de los imaginarios.
Esta actitud se genera, muy probablemente, por la ausencia del legado experiencial que hoy posee: democracia, libertad política y los afectos asociados a ella. Además, en la Europa de Maquiavelo (como en la Antigüedad y la Edad Media), la democracia era rarísima y, en consecuencia, había poca tecnología social relativa a ella; lo que hacía que fuera mucho más precaria que hoy. Los pueblos estaban habituados al poder absoluto de la monarquía y, cuando por un tiempo accedían a una democracia –sin la dura camisa de fuerza habitual–, era natural que esta tendiera a ser caótica.
La población se halla muy predispuesta a la pelea por sus derechos, si ya los ha disfrutado.
Este párrafo contiene ideas aristotélicas.
el haberles ofrecido la ocasión propicia, material al que dieron la forma conveniente; mas, sin sus mé- ritos, era inútil que la ocasión se presentara.13 Tales príncipes adquieren el poder con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos.
No hay nada más peligroso que introducir nue- vas leyes: el innovador se vuelve enemigo de quie- nes se beneficiaban con las antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas. Los hombres nunca confían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos.14
Hay dos tipos de innovadores. {1} Los que depen- den de otros, si necesitan recurrir a la súplica para realizar su obra, fracasan. {2} Los que pueden impo- nerla por la fuerza, por depender solo de sí mismos, rara vez dejan de lograr sus propósitos.15 Por esta ra- zón, todo profeta armado ha triunfado, y fracasado el que no tenía armas.
Los pueblos son tornadizos: es fácil convencerlos de algo, y difícil mantenerlos fieles a esa convicción; luego conviene estar preparados para que, cuando ya no crean se les pueda hacer creer por la fuerza.16 Savonarola fracasó en sus innovaciones en cuanto la gente empezó a no creer en ellas.
Los revolucionarios tropiezan con serios peligros, y solo con gran valor pueden superarlos; pero una vez que han hecho desaparecer a quienes envidiaban sus virtudes, viven poderosos y seguros.
Se logran con poco esfuerzo, y se sostienen solo por la voluntad y la fortuna –cosas ambas mudables– de quienes los elevaron. Los Estados que nacen de pronto, como toda cosa que crecen precozmente, no tendrán raíces que los defiendan del tiempo adverso, salvo que los príncipes sepan prepararse de inmediato para conservarlo y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de llegar al principado.
Ejs.: 1} Francisco Sforza, de la nada se convirtió en duque de Milán y conservó con poca fatiga lo que con mil afanes había conquistado. 2} El duque César Borgia (1478-1507) adquirió el Estado con la fortuna de su padre, el papa Alejandro VI; mas lo perdió, a pesar de haber hecho todo lo que un hombre pru- dente y hábil debe hacer. El papa tuvo que desorgani- zar territorios del norte de Italia para apoderarse de una parte de ellos. El rey Luis de Francia volvió a Ita- lia; hecho que facilitó la disolución de su primer ma- trimonio, pues facilitó al papa tropas para la empresa de la Romaña. Adquirida la Romaña por el duque y derrotados los Coloma, temía que las tropas de los Orsini, de las cuales se había valido, le arrebatasen lo conquistado. Para no depender más de las armas aje- nas, debilitó a los Orsini, ganándose a cuantos nobles les eran adictos, a los cuales señaló elevados sueldos y administraciones, de modo que el afecto que te- nían por aquellos se volvió hacia el duque. Los Or- sini provocaron la rebelión de Urbino, los tumultos de Romaña y peligros por los que atravesó el duque; mas este supo conjurar todo con ayuda de los fran- ceses. Tras exterminar a los Orsini y convertidos los partidarios de ellos en amigos suyos, el duque tenía sólidos cimientos para su poder futuro.
Cuando vio que la Romaña estaba bajo señores ineptos que despojaban a sus súbditos y les daban motivos de desunión, por lo que se sucedían toda tipo de desórdenes, juzgó necesario dotarla de un go- bier-no severo y, así, dio plenos poderes, como minis- tro, a un hombre cruel que en breve impuso su auto- ridad y restableció la paz y la unión. {Luego} Juzgó el duque que una autoridad tan excesiva podía hacerse odiosa, y creó, bajo la presidencia de un hombre vir- tuosísimo, un tribunal civil en el que cada ciudadano tenía su abogado. Y quiso demostrar, para aplacar la animosidad de sus súbditos y atraérselos, que, si algún acto de crueldad se había cometido, se debía a la sal- vaje naturaleza del ministro. Y lo hizo exponer dividi- do en dos pedazos. La ferocidad de tal espectáculo dejó al pueblo estupefacto pero satisfecho.
El duque tenía que evitar que el nuevo papa le quitase lo que Alejandro le había dado. Pensó hacerlo
En un país, la mayoría de las familias acomodadas a la situación son “conservadoras”: les perturba que les cambien las reglas del juego.
… y podrán lograrlo más fácilmente si poseen todas las palancas; ej.: si, en democracia, captan los tres poderes.
El poder de la convicción y del encanto tiene fecha de caducidad; hay que realimentarlo aun en la familia.
{1} exterminando a los descendientes de los señores a quienes había despojado, para que el papa no tu- viera oportunidad de restablecerlos; {2} atrayéndose a los nobles de Roma para, con su ayuda, oponer- se al papa; {3} reduciendo el Colegio Cardenalicio a su voluntad; y adquiriendo tanto poder, que pudiera resistir un primer ataque. De estas cuatro cosas, ya había realizado tres a la muerte de Alejandro. Pero Alejandro murió y le dejaba tan solo con un Estado afianzado, el de Romaña; y los demás, en el aire.
El príncipe nuevo que crea necesario vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o temer de los habitantes, matar a los que puedan perjudicarlo, re- emplazar las leyes antiguas, ser severo y amable, con- servar la amistad de reyes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos, no puede hallar ejemplos más recientes que el del duque. Solo se le puede criticar que nunca debió consentir en que fueran elevados al Pontificado cardenales a quienes había ofendido o que tuviesen que temerle; pues los hombres ofenden por miedo o por odio.17 Se engaña quien cree que, entre personas eminentes, los benefi- cios nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas.
{Ej-1} Agátocles se convirtió en rey de Siracusa. Reunió al pueblo y al Senado, sus soldados mataron a los senadores y a los ciudadanos más ricos, y supo conservar la ciudad sin guerra civil. La adquirió a costa de mil sacrificios y peligros, y se mantuvo en mérito a sus enérgicas y temerarias medidas.
{Ej-2} Oliverotto da Fermo, huérfano y educa- do por su tío Juan Fogliani, como era inteligente se convirtió en el primer hombre de su ejército. Acom- pañado por cien amigos Juan lo hizo recibir por los ciudadanos de Fermo.
Tras unos días, Oliverotto dio un banquete al tío y a los principales hombres de Fermo. Terminados los manjares, algunos soldados dieron muerte a Juan y a los demás. Oliverotto se hizo nombrar jefe. El año
que gobernó estuvo seguro; mas se dejó engañar por César Borgia y fue estrangulado.
Están bien empleadas las crueldades, cuando se aplican una sola vez por absoluta necesidad y se tra- ta de que sean todo lo beneficiosas posible para los súbditos. Están mal empleadas las que, poco graves al principio, con el tiempo crecen. Todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer; y ejecutarlos todos a la vez, para que pueda conquistar a los habitantes a fuerza de beneficios.
Las ofensas deben inferirse de un golpe, pues al durar menos hieren menos; los beneficios, darse poco a poco, para que se saboreen mejor. Un príncipe vivi- rá con sus súbditos y así ningún suceso, favorable o adverso, le hará variar; pues la necesidad que surge en tiempos difíciles y no se ha previsto no puedes reme- diarla, y el bien que hagas ahí nadie lo agradece, por considerarlo hecho a la fuerza.
Si un ciudadano se hace príncipe por el favor de sus compatriotas, necesita el apoyo del pueblo o de los nobles, pues en toda ciudad hay estas dos fuerzas contrarias, en lucha por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. De tal cho- que surge o principado o libertad o licencia.
{1} Cuando el pueblo comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. {2} Cuan- do los nobles comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para, a su sombra, poder dar rienda suelta a sus apetitos. Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad, porque quienes lo rodean se conside- ran sus iguales y se le hace difícil manejarlos; por otra parte, no puede satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás. Quien rige por el favor del pueblo {1} es la única autoridad, y apenas hay nadie no dispues- to a obedecerle. Y puede satisfacerle, pues el fin del pueblo es más honesto que el de los grandes, porque estos quieren oprimir, y aquél no ser oprimido.18 Un
17 Pues quienes padecen cualquiera de estos dos afectos suelen ser proclives a reaccionar con violencia. 18 Esta idea preludia el pensamiento de Carlos Marx.
príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque muchos lo forman; {2} mas a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil: puede que los que son enemigos se rebelen; pero son más astutos, y no dejan de congratularse con el que esperan resultará vencedor.19
{1} Le es necesario al príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero {2} no con los mismos nobles, ya que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, quitarles o concederles autoridad a capricho.
{Tipos:} A los grandes {2a} que se unen y no son rapaces se les debe honrar y amar. Entre {2b} los que no se unen por pusilanimidad debes servirte de quie- nes son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de temer.
Pero {2c} los que solo se unen por cálculo y por ambición, es que piensan más en sí mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su ruina.
Quien llegó a príncipe con apoyo del pueblo {1} debe esforzarse en conservar su afecto; cosa fácil, pues el pueblo solo pide no ser oprimido. Pero si lle- gó por los nobles {2}, hará bien en ganarse al pueblo, lo que solo le será fácil si lo toma bajo su protección.20
Y, dado que los hombres se sienten más agrade- cidos cuando reciben bien de quien solo esperaban mal, se somete el pueblo más a su bienhechor que si lo hubiese conducido al principado por su volun- tad.21
Estos príncipes gobiernan por sí mismos o por intermedio de magistrados, que sobre todo en épo- cas adversas pueden arrebatarle fácilmente el poder, ya dejando de obedecerle, ya sublevando al pueblo contra ellos: los súbditos, acostumbrados a recibir órdenes nada más de los magistrados, no están en semejantes trances dispuestos a obedecer las suyas.22
En tiempos normales los ciudadanos tienen ne- cesidad del Estado y prometen morir por él, porque la muerte está lejana; pero en los tiempos adversos, cuando el Estado tiene necesidad de los ciudadanos, hay pocos que quieran acudir en su ayuda. Por ello, un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles.
Considero capaces de sostenerse por sí mismos a quienes, por abundancia de hombres o de dinero, pueden levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien los ataca; pero tienen necesidad de otros aquellos que no pueden presentar batalla al enemigo en campo abierto, sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderlos.
Los hombres son enemigos de las empresas dema- siado arriesgadas, y no es fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo. Son tan variables las cosas de este mun- do que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad.
En un largo asedio el príncipe poderoso y va- liente superará las dificultades, dando esperanzas a sus súbditos de que el mal no durará mucho, infun- diéndoles terror con la amenaza de las vejaciones del enemigo, o tomando precauciones con los que le parezcan demasiado osados. Como es muy probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su lle- gada, que es cuando los ánimos están más caldeados y dispuestos a la defensa; los súbditos se unen más a su príncipe.
Se apoyan en antiguas instituciones religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo en que estos procedan y vivan. Son los únicos que
En este párrafo se nota una preferencia implícita de la democracia frente a la oligarquía. Los poderosos boicotearán la gestión de quien sostiene su poder en el pueblo; así, tratarán de hacerle quedar mal frente a este, de disminuir su prestigio: pondrán obstáculos y trampas de todo tipo a su gestión, encarecerán los artículos de primera necesidad, le harán parecer arbitrario, contradictorio, mal administrador, etc.
Hoy diríamos: si defiende sus derechos y la realización de sus deseos.
Como luego dirá B. Spinoza, quien de odiar pasa a amar es el que más ama.
Aquí Maquiavelo enfatiza que en los delegados hay que tener una confianza siempre vigilante.
tienen Estados y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan. Sus Estados, a pesar de que se hallan indefensos no les son arrebatados; y sus súbditos, a pesar de carecer de gobierno, ni piensan, ni podrían sustraerse a su soberanía. Son, por consiguiente, los únicos principados seguros y felices.
¿A qué se debe que la Iglesia haya llegado a ad- quirir tanto poder temporal? Antes que Carlos VIII de Francia entrase en Italia en 1494, esta se hallaba bajo la dominación del papa, los venecianos, el rey de Nápoles, el duque de Milán y los florentinos.
Estas potencias debían evitar que un extranje- ro invadiese Italia y procurar que ninguna de ellas preponderara. Los venecianos y el papa despertaban más recelos. Para contenerlos era necesaria una coa- lición de las demás potencias. Para contener al papa, bastaban los nobles romanos, que, divididos en dos, los Orsini y los Coloma, disputaban continuamente. Los diez años que en promedio vive un papa basta- ban apenas para debilitar una de las facciones.
Alejandro VI probó, como nunca ningún pontífi- ce, de cuánto era capaz un papa con fuerzas y dinero; pues, tomando al duque Valentino por instrumento y la llegada de los franceses como motivo, hizo las cosas que he contado al hablar del duque. Y aunque su propósito fue engrandecer al duque, lo que reali- zó redundó en beneficio de la Iglesia, la cual, tras su muerte y la del duque, fue heredera de sus fatigas.
Su sucesor, el papa Julio, contando con una Iglesia dueña de toda la Romaña y con los nobles romanos dispersos por las persecuciones de Alejandro, acre- centó sus conquistas y, así, llevó a cabo la adquisición de Bolonia, la ruina de los venecianos y la expulsión de los franceses de Italia.
Los cardenales fomentan dentro y fuera de Roma la creación de partidos que los nobles de una y otra familia se ven obligados a apoyar. Las disputas entre los nobles surgen por la ambición de los prelados.
Las formas de ataque y defensa son necesarias en cada Estado. Los cimientos indispensables a todos los Estados son las buenas leyes y las buenas tropas. Mas, como aquellas nada pueden donde faltan estas y allí donde hay buenas tropas ha de haber buenas leyes, pasaré por alto las leyes y hablaré de las tropas.
{A} Las mercenarias son inútiles y peligrosas, pues los mercenarios están desunidos, son ambicio- sos, desleales, y aun cobardes frente al enemigo.23 En la paz despojan a su príncipe tanto como los enemi- gos durante la guerra, porque no tienen otro motivo que los lleve a la batalla que la paga, la cual no es su- ficiente para que deseen morir por él. Así, en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja.
Los capitanes mercenarios, si son hombres de mérito no se puede confiar en ellos, porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza, ya tratando de someter al príncipe su señor, ya de oprimir a otros al margen de los designios del príncipe; y si no lo son, llevarán al príncipe a la ruina.
Un principado o república debe tener milicias propias. El príncipe debe dirigir las milicias en perso- na y, para regir sus repúblicas,24 nombrar un ciudada- no que, si no es apto se lo debe cambiar; y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de leyes.
La experiencia enseña que solo los príncipes y re- públicas armadas pueden hacer grandes progresos.25 Roma y Esparta se conservaron libres muchos siglos porque estaban armadas. Los suizos, porque dispo- nen de armas propias.
Los cartagineses estuvieron a punto de ser so- metidos por sus tropas mercenarias. El padre de Francisco Sforza, al servicio de Juana de Nápoles, la abandonó; y ella, ya sin tropas, tuvo que entregarse al rey de Aragón. Estas milicias, o traen lentas, tar- días y mezquinas adquisiciones, o súbitas y fabulosas pérdidas.
Esta idea consta ya en la Ética a Nicómaco, Libro III, capítulo 8, penúltimo párrafo.
Hoy diríamos que toda autoridad formal, en lo posible, debe llevar directamente los asuntos que le competen.
La experiencia es la principal base en que se fundamentan las ideas de esta obra. del autor. Un arma imprescindible en la sociedad del conocimiento es la formación teórico-práctica, la pericia.
Cuando el emperador (del Sacro Imperio Roma- no-Germánico) empezó a ser arrojado de Italia y el poder temporal del papa a crecer, Italia se dividió en gran número de Estados; porque muchas ciudades tomaron las armas contra sus señores que, favoreci- dos antes por el emperador, las tenían avasalladas. El papa, para beneficiarse, ayudó cuanto pudo a esas re- beliones. Así Italia pasó a manos de la Iglesia y de va- rias repúblicas; y como estos sacerdotes o ciudadanos no conocían el arte de la guerra, empezaron a tomar extranjeros a sueldo que se hicieron árbitros de Italia. El método que siguieron estos para adquirir reputa- ción fue quitar importancia a la infantería porque, no poseyendo tierras y teniendo que vivir de su paga, les era imposible alimentar a muchos; así, en un ejérci- to de 20.000 hombres no había ni 2000 infantes. La consigna en las refriegas, era tomar prisioneros sin degollarlos, no levantaban empalizadas ni abrían fo- sos alrededor del campamento, ni vivían en él en in- vierno. Inventaron todos estos procedimientos para evitarse fatigas y peligros; y, con ellos, condujeron a Italia a la esclavitud y a la deshonra.
{B} Las tropas auxiliares, las que se piden a un príncipe poderoso para que nos socorra, pueden ser útiles para sus amos; mas casi siempre son funestas para quien las llama, pues si pierden queda derrota- do y si gana se convierte en su prisionero {v. XXI, al fin del n.º 3}. El emperador de Constantinopla, para ayudar a sus vecinos, puso en Grecia 10.000 turcos, y allí empezó la servidumbre de Grecia bajo los in- fieles.
Estas tropas son mucho más peligrosas que las mercenarias, por estar unidas y obedecer a sus jefes, mientras las mercenarias no forman un cuerpo uni- do. De las tropas mercenarias hay que temer sobre todo sus derrotas; de las auxiliares, sus triunfos. En- tre las causas de la decadencia del Imperio Romano, la principal consistió en tomar a sueldo a los godos;
pues desde entonces las fuerzas del Imperio fueron debilitándose.
Los ejércitos de Francia son {C} mixtos, de tropas mercenarias y propias. Las milicias {D} propias son las compuestas por súbditos, por ciudadanos o por servidores del príncipe.
Solo el arte de la guerra compete a quien manda, y no solo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes, sino que eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta; mientras que ha hecho per- der el Estado a príncipes que han pensado más en las diversiones. La razón principal de la pérdida de un Estado se halla en el olvido de este arte, la condición primera para adquirirlo es la de ser experto en él.
El estar desarmado hace despreciable. Entre uno armado y otro desarmado no hay comparación.26 No es razonable que quien esté armado obedezca de buen grado a quien no lo está, y que el príncipe des- armado se sienta seguro entre servidores armados; porque, desdeñoso uno y desconfiado el otro, no es posible que marchen de acuerdo. Por eso, un príncipe que no entienda de asuntos militares, no puede ser es- timado por sus soldados ni confiar en ellos.27
Un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar: durante la paz más que en guerra, con {1} la acción y {2} con el estudio.28 {1} Debe ejercitar sus tropas y dedicarse a la caza, a fin de habituar el cuer- po a las fatigas y de conocer los terrenos. Se aprende a conocer la región donde se vive y, en virtud del co- nocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar: tal condición enseña a dar con el enemigo, tomar los alojamientos, conducir los ejércitos, preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.29
Hoy hablaríamos de estar armado, sobre todo con técnica y, en general, con saber.
Quien está en puesto directivo debe tener esa parte de la autoridad moral: saber a fondo de su campo de trabajo.
Esta es una hipótesis de la que depende este discurso es que, en la sociedad renacentista (ya racional pero con Estados que tenían un poder de controlar muy limitado), el grande puede y suele violar la ley con impunidad. Ella aún es válida para Estados del s. XXI que, por graves falencias de organización y de con- ciencia ciudadana, tienen poco poder efectivo para hacer cumplir la ley (en inglés: law enforcement).
El conocimiento analógico y sus aplicaciones (la transducción), valioso para la investigación enfocada al cambio.
Filopémenes, príncipe de los aqueos, cuando iba de paseo discurría con los amigos: si el enemigo es- tuviese en aquella colina y nosotros aquí ¿de quién sería la ventaja? Y les proponía todos los casos que pueden presentarse a un ejército; gracias a este conti- nuo razonar, cuando guiaba sus ejércitos nunca pudo surgir accidente alguno para el que no tuviese reme- dio previsto.
El príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, el por qué de sus victorias y derrotas; como Alejandro Magno hacía con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro. En general, en tiempos de paz debe hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad.
Muchos se han imaginado como existentes a re- públicas y principados que nunca han sido vistos. Quien deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina,31 pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno se pierde en- tre tantos que no lo son. Todo príncipe que quiera mantenerse debe aprender a no ser bueno, y a practi- carlo o no de acuerdo con la necesidad.32
Todo hombre es juzgado por algunas de estas cualidades: uno es llamado pródigo, el otro tacaño, uno dadivoso, el otro rapaz; uno cruel, el otro cle- mente; uno traidor, el otro leal; uno pusilánime, el otro decidido; uno humano, el otro soberbio;33 uno lascivo, el otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave (o serio), otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo.
Sería loable que un príncipe poseyese las consi- deradas buenas. Mas, como no es posible poseerlas todas ni observarlas siempre, pues la naturaleza hu-
mana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo, que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le signi- ficarían la pérdida del Estado. A veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio acaba por traer el bienestar y la seguridad.34
La prodigalidad, practicada de modo que se sepa que uno es pródigo, perjudica. Mas si se la practica como se debe no será conocida, y se creerá que existe el vicio contrario.
Como el que quiere conseguir fama de pródigo no puede pasar por alto lujos de ningún género, un príncipe acostumbrado a proceder así consumirá to- das sus riquezas y se verá obligado a imponer excesi- vos tributos; tal medida empezará a tornarle odioso a sus súbditos, y nadie lo estimará, ya que se habrá vuelto pobre.
Y como con su prodigalidad ha perjudicado a muchos y beneficiado a pocos, peligrará al menor ries- go. Y si entonces quiere cambiar de conducta, será tachado de tacaño. / Un príncipe no debe preocu- parse si es tildado de tacaño, pues con el tiempo, al ver que puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo, y será tenido por más pródigo:36 por practicar la generosidad con aquellos a quienes no quita, que son innumerables, y la avaricia con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
El príncipe que gasta lo suyo y lo de los súbdi- tos debe ser medido. El que con sus ejércitos vive del botín y de las contribuciones necesita esplendidez a costa de los enemigos, de otra manera los soldados no lo seguirían; el derrochar lo ajeno concede repu- tación. Cuanto más se la practica la prodigalidad más se pierde la facultad de practicarla. Si hay algo que deba evitarse es el ser despreciado y odioso, y a am- bas cosas conduce la prodigalidad.
En este cap. XV y ss. se ataca a Platón, Aristóteles, y a los ideales políticos puros.
Lo mejor (lo perfecto) es enemigo de lo bueno.
Esta actitud corresponde al estatus ético más adulto de todos: realismo capaz de enfrentar toda situación posible; opuesto a la falsa bondad asociada a la ingenuidad, que solo es disculpable en los niños (o sus análogos), o al facilismo, que no se esfuerza ni en descubrir cómo son las cosas, ni en prepararse para afrontarlas.
La virtud opuesta al vicio de soberbia sería la humildad; pero el autor no tiene a esta por virtud.
Esta opinión no es una apreciación “maquiavélica”, si se interpreta en el sentido del final del párrafo precedente.
Este tema y su tratamiento es una herencia del pensamiento aristotélico.
Maquiavelo defiende el ahorro.
César Borgia, con su crueldad impuso el orden, logró la paz y la fe. Al príncipe no debe importarle que lo acusen de cruel, cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; por- que con pocos castigos ejemplares será más clemente que quienes, por excesiva clemencia, dejan multipli- car los desórdenes, que son causas de matanzas y sa- queos que perjudican a toda la población;37 mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe solo van en contra de uno.
Sobre todo un príncipe nuevo no debe evitar ac- tos de crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad de peligros. / Debe proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada, intolerable.38
Si bien vale más ser amado que temido, nada me- jor que ser ambas cosas a la vez. Pero, siendo difícil reunirlas, es más seguro ser temido; pues en general, los hombres son ingratos, simuladores, volubles, cobar- des ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les ha- ces bien son tuyos y te ofrecen su vida, pues ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta, se rebelan.39 No se dispone de las amistades que se adquieren con el dinero y no con la nobleza de alma. Y los hombres tienen menor cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo que los perversos rom- pen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca.
El príncipe debe hacerse temer de modo que evite el odio: para ello bastará que se abstenga de apoderar- se de los bienes y de las mujeres de sus súbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los
bienes ajenos, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.
Cuando el príncipe tiene miles de soldados pero no fama de cruel, jamás podrá tener un ejército uni- do y dispuesto a la lucha. Escipión había dado a sus soldados más licencia de la que convenía a la disci- plina militar; mas, como estaba bajo las órdenes del Senado, esta mala cualidad se convirtió en su gloria. Como el amar depende de la voluntad de los hom- bres y el temer de la del príncipe, un príncipe pru- dente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, tra- tando de evitar el odio.
La experiencia muestra que solo ha realizado grandes empresas el príncipe que: menos caso ha he- cho de la fe jurada, ha envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad. Hay dos formas de luchar para mantener el poder: con las leyes y con la fuerza.41 La 1.ª es distintiva del hombre; la 2.ª, de la bestia. Pero como a menudo la 1.ª no basta, es forzoso recurrir a la 2.ª. Un príncipe debe saber emplear ambas, y una no puede durar mucho sin la otra. / Conviene que se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro de los lobos: hay que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. El que mejor ha sabido ser zorro ha triunfa- do, pero hay que ser hábil en disimular. Los hombres son tan simples y obedecen tanto a las necesidades del momento,42 que el que engaña encontrará siem- pre quien se deje engañar. Los engaños le resultaron a Alejandro VI, pues conocía bien esta parte de lo humano.43
Un príncipe prudente no debe observar la fe jura- da cuando ello vaya contra sus intereses y hayan desa- parecido las razones que le hicieron prometer44. Si los
Hobbes, en El Leviathan, desarrolló la tesis de que el ciudadano busca ante todo su seguridad.
Es la idea aristotélica de la actitud equilibrada.
Como diría B. Spinoza, actúan así porque viven encerrados en el azaroso mundo de la pasión.
Recetas para sobrevivir en el caos del todos contra todos, tan propio del estado de pasión en que vive el 95% de los humanos.
Las leyes apelan a la conciencia del ciudadano; la fuerza obliga a cumplirlas.
Es decir, se ven tan zarandeados por las pasiones…
Se alude a que conocía las leyes del comportamiento humano.
Esta idea sobre la “reciprocidad” del oportunismo (propia de quienes viven dominados por la pasión) va a convertirse en una de las claves del pensamiento de Thomas Hobbes. Hoy se afrontan estas situaciones con la teoría de la negociación de conflictos, cuya meta deseable es la situación llamada “ganar-ganar”.
hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no lo observarían contigo, tampoco tú debes observarlo con ellos45. Un príncipe, sobre todo si es nuevo, para conservarse en el poder, a menudo se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad (o amistad), la humanidad y la religión. Es preciso que tenga una inteligencia capaz de adap- tarse a todas las circunstancias, y que no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal.46 No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es in- dispensable que aparente poseerlas.47 Está bien mos- trarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y serlo; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Un príncipe debe cuidar que no le brote de los labios algo que no parezca clemencia, fe, rectitud y religión; pues los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver pero pocos tocar:48 todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres y estos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda tras la majestad del Estado.49 Por fin, donde no hay apelación posible respecto a las acciones de los hombres se atiende a los resultados. Así pues, tra- te un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán loados por todos, porque el vulgo (la mayoría) se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el mundo solo hay vulgo: las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse.
El príncipe se hace odioso al apoderarse de los bienes o mujeres de los súbditos; pues en su mayo- ría viven contentos, mientras no se vean privados de sus bienes y de su honor. Se hace despreciable el príncipe considerado voluble, pusilánime e irresoluto; luego debe ingeniárselas para que en sus actos se re- conozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Frente
a los súbditos, debe procurar que sus fallos sean irre- vocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense en engañarlo ni envolverlo con intrigas. Todo príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le subleven; en el exterior, que le ataquen. Pero siempre tendrá buenas alianzas el que tenga buenas armas; y en el interior estarán seguras las cosas cuan- do lo estén en el exterior, a menos que hubiese una conspiración. De que no conspiren secretamente pue- de asegurarse evitando que lo odien o desprecien y em- peñándose en tener satisfecho al pueblo.
El conspirador siempre cree que el pueblo queda- rá contento con la muerte del príncipe, pero jamás se decide a conspirar si sospecha que se producirá el efecto contrario, pues infinitos peligros corre el que conspira: la experiencia demuestra que hubo mu- chísimas conspiraciones y que muy pocas tuvieron éxito. Porque el que conspira no puede obrar solo, y no hay descontento que no se regocije en cuanto le hayas confesado tus propósitos; es preciso que este sea muy amigo tuyo o enconado enemigo del prínci- pe para que, al hallar en una parte ganancias seguras y en la otra dudosas y llenas de peligro, te sea leal.50 Además, el conspirador tiene recelos y temor al cas- tigo, mientras que el príncipe cuenta con la majestad del principado,51 las leyes y la ayuda de los amigos. Si el príncipe logró la simpatía popular, es imposible que haya alguien tan temerario como para conspirar.
Un príncipe debe temer a todos cuando lo tie- nen por enemigo. Los Estados bien organizados y los prín-cipes sabios siempre han procurado no exaspe- rar a los nobles {2} y tener contento al pueblo {1}. El reino bien organizado de Francia posee muchas ins- tituciones en pro de la libertad; por ej. el Parlamen- to. Quien organizó este reino conocía la ambición y violencia de los poderosos y el odio a los nobles en el pueblo, por esa causa creó un tercer poder que cas- tigase a los nobles y beneficiase al pueblo sin respon- sabilidad para el rey.52 Un príncipe debe encomendar
Esta actitud es coherente con la ley del Talión.
Es prudente saber nadar en las aguas que hay.
Aquí se trata del principio que exige la buena fama –o imagen pública– del gobernante, cuya formulación más conocida es: “la mujer del César tiene que ser honesta, o al menos parecerlo”.
“Ver”, se supone: desde fuera de las alturas del poder; “tocar” alude a estar en un puesto de poder.
En las dos frases que siguen se halla implícita la tesis de que el fin justifica los medios.
He aquí un ej. del cálculo costo/beneficio.
Es decir, con el imaginario mítico que va asociado al poder.
En la práctica, el Parlamento suele ser un apéndice del 2.° poder: la nobleza (hoy los oligarcas).
a los demás las tareas gravosas y reservarse las agra- dables.53 Debe estimar a los nobles, pero sin hacerse odiar por el pueblo.
Mientras los príncipes de hoy solo tienen que lu- char contra la ambición de los nobles y la violencia de los pueblos, los emperadores romanos, de Marco Aurelio a Maximino, tenían que hacer frente a la co- dicia y la crueldad de sus soldados. Pues era difícil dejar a la vez satisfechos a estos y al pueblo, porque el pueblo amaba la paz y las tropas preferían a los príncipes belicosos y rapaces, ya que así duplicaban la ganancia. Tal situación explica porqué, sobre todo los que reinaban por herencia, al conocer la impo- sibilidad de dejar satisfechas a ambas partes, se de- cidían por los soldados, sin importarles pisotear al pueblo. El príncipe debe inclinarse hacia el grupo más numeroso y, cuando esta vía no es posible, hacia el más fuerte.
Pertinax tuvo un triste fin. Fue hecho emperador contra el parecer de los soldados que, acostumbrados a vivir en licencia, no podían tolerar la vida virtuo- sa que aquél pretendía imponerles. Cuando el grupo del que juzgues tener necesidad para mantenerte, sea pueblo, soldados o nobles, esté corrompido, te con- viene satisfacerlo, pues en este caso las buenas accio- nes serían tus enemigas.
En los 14 años que reinó, Alejandro no hizo ma- tar a nadie sin juicio previo; pero su fama de un dé- bil que se dejaba gobernar por su madre le acarreó el desprecio de los soldados, que se sublevaron y lo mataron.
Cómodo, Severo, Antonino, Caracalla y Maxi- mino fueron ejemplos de crueldad y acabaron mal, excepto Severo. Este fue un león y un zorro, todos le temieron y respetaron, el ejército no lo odió, y su ili- mitada autoridad lo protegió del odio que sus depre- daciones podían haber hecho nacer en el pueblo. An- tonino, su hijo, exterminó a gran parte de Roma y de Alejandría; por ello se hizo odioso y fue muerto por un centurión. A pesar de haber asesinado en forma ignominiosa a un hermano del centurión, lo conser- vaba en su guardia: tranquilidad temeraria que tenía
que traerle la muerte. No está en manos de ningún príncipe evitar esta clase de atentados, porque al que no le importa morir no le asusta quitar la vida a otro; pero son rarísimos.
A Maximino le hicieron odioso su baja condi- ción de pastor y su fama de sanguinario. Su propio ejército, temiéndole menos al verlo rodeado de tan- tos enemigos, lo mató. Ahora los príncipes no tienen ejércitos vinculados estrechamente con el gobierno, como los del Imperio Romano, y tienen que satisfa- cer antes al pueblo que a los soldados, porque aquél puede más. Excepto el Turco y el Sultán, cuyo reino está en manos del ejército y se parece al pontifica- do cristiano, pues la constitución de sus Estados es antigua y cada nuevo gobernante es aceptado como quien lo es por derecho hereditario.
Un príncipe nuevo armó a sus súbditos; así, los que recelaban se hicieron fieles y los súbditos, parti- da-rios. Mas al ser imposible armar a todos, solo hay que dar armas a quien tiene más deberes y se expone a más peligros. Pero cuando se los desarma, se les demuestra que, por cobardía o desconfianza, se tiene poca fe en su lealtad; y cada una de estas dos opinio- nes genera odio. En estos casos, el príncipe tendrá que recurrir a milicias mercenarias. Cuando adquie- ra un Estado nuevo que añade al que ya poseía, con- viene que desarme a sus nuevos súbditos, a excepción de los partidarios suyos en la conquista; y aun a estos, con el tiempo hay que debilitarlos, para que el ejército se componga de los soldados del Estado antiguo.
Mas no se debe fomentar la discordia en las tierras sometidas, porque el partido más débil se unirá a las fuerzas externas. Los venecianos fomentaban en las ciudades conquistadas discordias, a fin de que no se uniesen contra el enemigo común. Pero uno de los partidos les arrebató el Estado. Recursos de este tipo inducen a sospechar la existencia de alguna debilidad en el príncipe, porque un príncipe fuerte jamás tole- rará tales divisiones, ineficaces en la guerra.
Esta y muchas otras afirmaciones del autor son tautologías políticas: prescriben lo que el poder siempre hace.
Si quienes al inicio del reinado han sido enemi- gos del príncipe necesitan apoyo ajeno para su lucha, el príncipe podrá conquistarlos a su causa dándose- lo;54 y lo servirán con tanta más fidelidad en cuanto que saben que les es preciso borrar con buenas obras la mala opinión en que se los tenía. Así, el príncipe saca de ellos más provecho que de los que, por serle demasiado fieles, descuidan sus obligaciones.
El príncipe que adquiere un Estado nuevo me- diante la ayuda de los ciudadanos debe examinar qué impulsó a estos a favorecerlo, pues si se trata de des- contento con la situación anterior, difícilmente po- drá conservar su amistad, ya que tampoco él podrá contentarlos.
Es más fácil conquistar la amistad de los ene- migos que lo son porque estaban satisfechos con el gobierno anterior, que la de los que, por estar des- contentos, se hicieron amigos del nuevo príncipe y lo ayudaron a conquistar el Estado.55
El príncipe que teme más al pueblo que a los ex- tranjeros debe construir fortalezas; el que teme más a los extranjeros debe pasarse sin ellas. Si el pueblo aborrece al príncipe, no lo salvarán las fortalezas que posea, pues, una vez que el pueblo ha empuñado las armas, nunca faltan extranjeros que lo socorran.
Cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado
Las grandes empresas han hecho pasar a Fer- nando de Aragón de ser un rey sin impor- tancia a primer monarca de la cristiandad. Hizo la guerra cuando estaba en paz con los vecinos, y los nobles de Castilla, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios po- líticos; no les dio tiempo a preparar algo en su perjuicio.
Medidas sorprendentes en la regencia. Cuan- do un súbdito hace algo notable, bueno o malo, hay que recompensarlo o castigarlo de modo que dé tema de conversación a la gen-
te.56 El príncipe debe ingeniarse por parecer ilustre en todos sus actos.
Es más conveniente ser franco, declararse sin tapujos a favor y en contra, o abrazar un par- tido, que permanecer neutral. Cuando dos vecinos poderosos se declaran la guerra, el príncipe puede hallar {a} que debe temer al que de los dos que gane la guerra, o {b} que no. {a} Si no se define, será presa del vence- dor con satisfacción del vencido, y no hallará compasión en aquél ni asilo en este, porque el que vence no quiere amigos que no le ayu- den y el que pierde no ayuda a quien no qui- so arriesgarse en su favor.
El que no es tu amigo te exigirá la neutralidad; y el amigo, que demuestres tus sentimientos con las armas. Los irresolutos, las más de las veces fracasan. Cuando el príncipe se declara por una de las partes, si ella triunfa estarán unidos por un vínculo de reconocimiento y las victorias nunca son tan decisivas como para que el vencedor no tenga que guardar algún miramiento con respecto a la justicia. Y si el aliado pierde, el príncipe será ayudado por él en la medida de lo posible. {b} Cuando quienes combaten no inspiran temor, mayor es la necesidad de definirse, porque no hacer- lo significa la ruina de aquél de ellos, al que el príncipe prudente debería salvar; pues si vence queda a su discreción, y es imposible que con su ayuda no venza. / Un príncipe solo debe aliarse con otro más poderoso para atacar a terceros cuando las circunstancias lo obligan, pues si este venciera aquél queda atrapado en su poder. Todos los partidos son dudosos; pues, cuando se quiere evitar un inconve- niente, se incurre en otro. La prudencia [aris- totélica] estriba en conocer la naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.
El príncipe honrará a quienes destaquen en las artes, dará seguridades a los ciudadanos
He aquí otro ejemplo de que la generosidad (el afecto positivo) gana apoyo incluso en ciertos enemigos.
La razón sería que aquellos son personas de ánimo positivo, más estable, y estos suelen tener actitudes negativas.
Es decir, hay que ser dueño de sus mentes, su imaginación: hoy se hace echando mano del poder de los medios.
para que puedan dedicarse en paz a su pro- fesión, instituirá estímulos para premiar a quienes traten de engrandecer al Estado. Las ciudades están divididas en gremios o cor- poraciones (clanes) a los que conviene que el príncipe conceda su atención. Reúnase de vez en vez con ellos y dé pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse de la dignidad que inviste.57
La primera opinión de un príncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podrá reputárselo por sabio; cuando no, no podrá considerarse prudente.
Hay tres clases de cerebros: 1. El que discierne por sí; 2. el que entiende lo que los otros disciernen, y 3. el que no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El 1.° es excelente, el 2.° es bueno y el 3.°, inútil. Con tal que un príncipe entienda bien lo que se hace y dice, reconocerá las obras buenas y las malas de un minis- tro, y el ministro, que no podrá confiar en engañarlo, se conservará honesto y fiel.
Cuando se ve que un ministro piensa más en sí mismo que en lo demás y solo busca su provecho, no será bueno. Pues quien tiene en sus manos el Es- tado no debe pensar sino en el príncipe, quien, para mantener su fidelidad, debe honrarle y enriquecerle, de manera que comprenda que no puede estar sin él. Si ministros y príncipes proceden así pueden confiar unos en otros; si de otro modo, es perjudicial para todos.
Los aduladores abundan, pues los hombres se complacen tanto en sus obras que no atinan a defen- derse de tal calamidad; y cuando quieren defender- se de ella, se exponen a hacerse despreciables. Pues no hay otro modo de evitar la adulación que hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; mas resulta que cuando todos pueden de- cirla, faltan al respeto. Un príncipe prudente debe ro-
dearse de hombres de buen juicio (consejeros) y dar solo a ellos libertad para decirle la verdad en los asun- tos sobre los que se les pregunte. Debe: escuchar sus opiniones, resolver a su albedrío, no oír a nadie más, realizar enseguida lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento.
Quien cambia a menudo de parecer es tenido en menos. Así, el emperador Maximiliano no pide consejos a nadie; con todo, nunca hacía lo que que- ría. A nadie dice sus pensamientos ni pide pareceres; pero como, al querer ponerlos en práctica, empiezan a descubrirse y quienes le rodean opinan en contra, lo que hace hoy lo deshace mañana, no se entiende lo que desea o intenta hacer y no se puede confiar en sus determinaciones.
Todo príncipe debe evitar que opine quien no sea interrogado. Debe preguntar a menudo, escuchar la verdad y ofenderse cuando se entera de que alguien no se la ha dicho por temor.
El príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado; pues no puede gobernar sino tutelado por un hombre muy prudente que lo guíe en todo. Y en este caso, duraría poco; ya que el ministro no tardaría en despojarlo del Estado. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre distintos, y un príncipe que no sea sabio no podrá conciliarlos.
Cada consejero pensará en lo suyo, y él no po- drá saberlo ni corregirlo. Los hombres se comportarán siempre mal58 mientras la necesidad no los obligue a lo contrario. Que los buenos consejos nazcan de la prudencia del príncipe.
Los príncipes de Italia que perdieron sus Estados, como en épocas de paz nunca pensaron que podrían cambiar las cosas, cuando se presentaron tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse, y las úni- cas defensas seguras y durables son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes.
Aquí condena las payasadas que haga un mandatario.
Spinoza diría: por sus apetitos; no según las nociones comunes propias de la razón. Hobbes desarrolla esta idea.
Si los hombres encuentran virtuosa la conducta de un príncipe nuevo, se apegan más a él que a uno de linaje; porque se ven más atraídos por las cosas pre- sentes que por las pasadas.59
Para que haya libre albedrío, acepto que la fortu- na decida la mitad de nuestras acciones, pero que nos deje gobernar la otra mitad. La comparo con un río que inunda llanuras, derriba árboles y casas, y todo cede a su furor. Su naturaleza no impide que los hom- bres tomen precauciones con diques y refuerzos, de modo que si el río crece otra vez, su fuerza no sea tan desenfrenada ni perjudicial.60 La fortuna se revela con todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle.61
Que un príncipe que vive en prosperidad se vea mañana en la desgracia sin ningún cambio en su ca- rácter ni en su conducta, se debe a que quien confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella cam- bia. Es feliz quien puede conciliar su modo de obrar con la índole de las circunstancias,62 y desdichado el que no; pues los hombres, para llegar al fin que se proponen, la gloria y las riquezas, proceden: uno con cautela y otro con ímpetu; uno por violencia y otro por astucia; y todos pueden triunfar por medios tan dispares.
Que de dos hombres cautos, uno logra su meta y otro no, o que tengan igual fortuna dos procediendo uno con cautela y el otro con ímpetu, se debe a la índo- le de la situación, que concuerda o no con la forma de comportarse. No hay hombre lo bastante dúctil como para adaptarse a toda circunstancia, por no poder desviarse de aquello a que la naturaleza lo inclina o por no poder dejar un camino que siempre le ha sido próspero. Así, el hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser impetuoso; que, si cambiase de con- ducta junto con las circunstancias, no cambiaría su fortuna. En fin, los hombres serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices cuando es- tén en desacuerdo con ella. Sin embargo, es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, gol- pearla.63 Además ella, como mujer, es amiga de los jóvenes, por ser más fogosos y tener más audacia.
Los italianos son superiores en las batallas. Más, por la debilidad de los jefes, su papel no es nada bri- llante; pues los capaces no son obedecidos y todos se creen capaces. Pero hasta ahora no hubo nadie que supiese imponerse por su valor y su fortuna, y que hiciese ceder a los demás. A dicho fenómeno hay que atribuir el hecho de que, en los últimos 20 años, los ejércitos italianos siempre hayan fracasado.
En Aristóteles y Spinoza consta que quien no es fuerte (virtuoso) se deja llevar por el placer actual, inmediato.
Aquí consta la actitud moderna de previsión.
Es la tesis estoica, que es pariente de la actitud aristotélica del hombre templado, o de la bíblica de Job.
Es decir: conocer las leyes que gobiernan las circunstancias y obrar de acuerdo con ellas.
Discurso sesgado, en correspondencia con los prejuicios epocales de género.
En este último capítulo Maquiavelo exhorta a la acción política concreta.
BIBLIOGRAFÍA
Maquiavelo, Nicolás. 2013. El Príncipe. Barcelo- na. Edit. Plutón.