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CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 3 (Julio, 2015): 120-123
ÉTICA DE LA VERDAD Y DE LA MENTIRA
ETHICS OF TRUTH AND FALSEHOOD
ÉTICA DA VERDADE E DA FALSIDADE
Miguel Catalán*
Universidad Cardenal Herrera
* Ensayista y escritor. Licenciado y Doctor en Filosofía Pura, Universidad de Valencia. Su principal proyecto de investigación gira en torno a las implicaciones
losócas, morales y políticas del engaño y la mentira. Docente de la Universidad Cardenal Herrera, Valencia, España.
1 El presente texto constituye un fragmento de la obra inédita Ética de la verdad y de la mentira, el cual ha sido cedido gentilmente por el autor.
2 Vid., por ejemplo, Feldman, Forrest y Happ 2002 o Jellison 1977.
Recibido: 03/03/2015
Aceptado: 04/03/2015
SEUDOLOGÍA VI
1
También entre las mentiras hay dos tipos:
las buenas y las malas
Werner Sprenger, Wahrheiten über die Lüge
Debo empezar este libro con un recuerdo
personal. En el primer curso de mi vida docente,
hace de esto casi treinta años, pedí a mis alumnos
un trabajo escrito sobre la novela El hombre invisible
de Herbert George Wells. Al corregir aquellas tareas
escolares di con una cuya conclusión me deb
de intrigar, porque la consigné en mi cuaderno de
notas. Reriéndose a las tropelías del protagonista,
el invisible Grin, mi alumno concluía su escrito
diciendo: “Este hombre robaba, mataba y llegaba
hasta a engañar.
El lector no debe alarmarse si ha tenido que leer
dos veces la frase para sonreír, pues lo mismo le ha
ocurrido a la mayoría de los lectores del borrador de
este libro. La tardía respuesta a la extravagante idea
de que engañar a alguien es peor que asesinarlo no
se debe a ningún décit de atención o comprensión,
sino al hecho de que el horror teórico ante la mentira
forma parte del sentido común de nuestra civilización
en grado semejante al que suscitan el robo y el
asesinato. Entre estos y aquella, sin embargo, media
un abismo cuya profundidad no cesa de aumentar
cuanto más nos asomamos a él; pues resulta tan
lógico que nos horrorice el robo y el asesinato a
quienes nunca robamos ni asesinamos como ilógico
que nos horrorice la mentira a quienes mentimos
varias decenas de veces al día.
Si el número diario de falsedades deliberadas de una
persona socialmente activa se cuenta por decenas,
2
¿cómo es que todo el mundo participa de idéntica
repulsión hacia la ‘sola idea de la mentira? Mi antiguo
alumno adolescente, que a esa altura de su vida ya
habría dado numerosas excusas falaces a sus padres
por distintos motivos, no es una excepción sino en la
forma ingenua de expresar la creencia compartida.
Pues a la pregunta “¿cuándo podemos mentir?”
hemos respondido desde tiempo inmemorial: Nunca.
Nadie conesa tratos con la mentira y todo el mundo
se muestra ajeno por completo a su inujo, hasta
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el punto de que una sola insinuación en sentido
contrario supone el peor de los insultos. Como ya
señalé en el volumen segundo de este tratado, la
mera acusación indirecta “Eso es mentira, resulta
tan ofensiva que ha dado paso a eufemismos del
tipo de “eso es incierto, “es inexacto, “es erróneo,
no responde a la verdad” o “no es exactamente a,
como si lo dicho en falso no pudiera atribuirse a la
voluntad del hablante sin acusarlo de una infamia.
Por tal motivo, la mentira aparece en las encuestas
como el más abominable de los vicios y el que más
odia el encuestado.
Muchos siglos después de que los teólogos elevaran
la veracidad a la categoría de deber perfecto, es decir,
sin excepciones lícitas, la prohibición absoluta de
mentir se maniesta de múltiples maneras aun hoy
día a nuestro alrededor en agrante desacuerdo con
la práctica habitual del propio sujeto: desde el “yo
nunca miento” que se oye con tanta frecuencia entre
dos mentiras hasta el “siempre hay que decir la verdad
que se enseña a los niños después de engañarlos con
los rumbosos Reyes Magos, la cigüeña portadora de
bebés o el Cielo de los Gatos a donde van las mascotas
al dormirse para siempre. En la cultura popular los
héroes nunca mienten, y cuando Superman explica
en el balcón a la asombrada Lois que ha venido al
mundo a defender “la verdad, la justicia y el modo
de vida americano” (I’m here to ght for truth, and
justice, and the American way) (Rosenberg 2011),
Lois bromea con su salvador, pero al poco Superman
le espeta muy serio: “Lois, yo nunca miento. Es una
pena que la vida entera de Superman responda a una
impostura; que Clark Kent nja ante sus propios
amigos carecer de superpoderes y que deba ocultarse
en cabinas de teléfono u otros lugares más sórdidos
cuando cambia de personalidad. Nadie sabe dónde
guarda Superman la ropa de calle (su pantalón y
camisa, sus zapatos y calcetines de diario) antes de
salir volando con las manos libres desde la cabina
en su soberbio traje azul ceñido por el cinturón
amarillo y su roja capa a juego con las botas, pero ese
escamoteo del modesto atuendo diario del impostor
Kent no deja de ser una metáfora de cómo la visión
épica de nuestra propia veracidad intemporal barre
bajo la alfombra del guión las humildes mentiras que
nos ayudan a salir adelante cada día.
Dado que solemos concebir como intrínsecamente
malas aun las mentiras más inocentes, la mayoría
solventa la angustia que le ocasionan sus pequeños
o medianos embustes con el autoengaño: es así como
al decir una mentira casi todo el mundo cree no
haber mentido. Con ello miente dos veces; la primera
acaso por delicadeza, como al declarar excelente un
plato sólo aceptable, y la segunda engañándose a sí
mismo al pensar que no fue mentira, “puesto que no
ha hecho daño a nadie. Como si toda mentira fuera
dañina y no se ngiera a veces por motivos altruistas,
piadosos y hasta heroicos.
El equipo de investigación dirigido por el psicólogo
de la Universidad de Massachusetts Robert Feldman
grabó hace unos años conversaciones de estudiantes
que hablaban entre sí por primera vez. Se les dijo que
participaban en un estudio sobre la interacción de las
personas recién presentadas.
En una segunda fase, el equipo de Feldman les pasó
su grabación respectiva pidiéndoles que identicaran
sus armaciones falsas. Los más indicaron con
antelación que no les hacía falta oírse a sí mismos, pues
ellos siempre decían la verdad. Luego manifestarían
su asombro al oír de sus propias bocas una mentira
tras otra cada poco más de tres minutos.
Un estudiante había asegurado que acababa de
rmar un inexistente contrato discográco, pero la
mayoría de embustes eran de poca monta: “Cuando
estaban viéndose a sí mismos en el video, explicó
Feldman en una entrevista posterior, “encontraron
que menan mucho más de lo que pensaban que
mentían” (Feldman, Forrest y Happ 2004, 3-4 y
Moskowitz 2010, 147).
Entre las decenas de mentiras que pronuncia cada
persona al día guran las más blancas y comunes:
“Encantado de conocerlo, “Estoy estupendamente,
“Nos llamamos, junto a otras benignas: “eso carece
de importancia, defensivas: “no veo televisión” u
ofensivas: “no me interesa lo que diga. Pero los
hablantes creen en su gran mayoría que no están
mintiendo “de verdad debido a la falsa creencia
compartida en virtud de la cual toda mentira es
intrínsecamente maligna.
3
De aquí procede la
3 Vid. Catalán 2014, 13-38.
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autoimagen tan frecuente del sujeto como una
persona absolutamente sincera.
Una víctima del rigor de la mentira, Samuel
Johnson, exponía esta paradoja observando que
ningún vicio despierta una repulsa tan amplia: el
corruptor de la inocencia virginal se ve admirado
por los hombres y no tan detestado por las mujeres
como pudiéramos suponer; el beodo encuentra con
facilidad compañeros para sus incoherentes brindis y
ruidosas alegrías; hasta el ladrón y el asesino tienen
seguidores que admiran su osadía y argucias. Pero el
mentiroso… “sólo el mentiroso es universalmente
despreciado, abandonado y repudiado: carece de
consuelos domésticos que pueda oponer a la censura
de la humanidad” (Johnson 1825, 21-25). Y no
obstante, observa Johnson, ocurre algo pasmoso:
aun cuando sería natural esperar que apenas nadie
cometiera un crimen tan generalmente detestado,
sucede justo al contrario: “la verdad es violada con
frecuencia. ¿Cómo ha llegado nuestra civilización a
aunar de forma tan asombrosa una severidad teórica
superlativa con la mayor laxitud práctica? ¿Cómo
lo más odiado puede ser a la vez lo más practicado
y la abominación general del engaño convivir de
forma tan abierta con su práctica universal? Este
compuesto anómalo de dos elementos tan contrarios
es el producto de una historia perversa que ya hemos
olvidado. Tal historia de intolerancia homicida tuvo
un principio bien denido, una suerte de explosión
absolutista en los orígenes de Occidente cuyos
rescoldos están lejos de apagarse. Vamos a rastrear
en adelante la génesis incendiaria de la sinceridad
absoluta.
Este libro que tiene el lector en sus manos se ocupará
de trazar la genealogía del rigorismo que nos
envuelve como el aire que respiramos hasta dar con
el origen de un tabú verbal tan rmemente asentado
en nuestro imaginario que casi nadie lo percibe. Para
resolver el enigma del culto a la verdad debemos
primero comprender su causa, y para comprender la
causa es preciso echar la vista atrás.
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Catalán, Miguel. 2014. Antropología de la mentira.
Madrid: Verbum.
Feldman, Robert S., James A. Forrest, y Benjamin
R. Happ, 2004. Self-Presentations and Verbal
Deception: Do Self-Presenters Lie More? Basic
and Applied Social Psychology, XXIV, 2, 163-170.
Jellison, Jerald M. 1977. I’m sorry, I didn’t mean to,
and other lies we love to tell. Nueva York: Chatham
Square Press.
BIBLIOGRAFÍA
Johnson, Samuel. 1825. On Lying. En e Works
of Samuel Johnson IV. e Adventurer and Idler.
Londres: Talboys and Wheeler.
Moskowitz, Michael. 2010. Reading Minds: A Guide
to the Cognitive Neuroscience Revolution. Londres:
Karnac.
Rosenberg, Robin S. 2011. I never lie. En Psychology
Today. Disponible en http://www.psycholog yto day.
com/blog/the-superheroes/201104/i-never-lie.