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CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 4 (Diciembre, 2015): 6-17
ENTRE INMANENCIA Y TRASCENDENCIA
ALGUNAS REGLAS DESTINADAS A AYUDARNOS A PENSAR EL TRABAJO*
BETWEEN IMMANENCE AND TRANSCENDENCE
SOME RULES TO HELP US THINK WORK
ENTRE IMANÊNCIA E TRANSCENDÊNCIA
ALGUMAS REGRAS PARA NOS AJUDAR A PENSAR O TRABALHO
Resumen:
Pensar el concepto de trabajo no se inscribe en el ámbito
de la evidencia, pues el conocimiento del trabajo implica si-
tuarse de manera permanente entre lo abstracto y lo concre-
to, entre lo vivido íntimamente y el reconocimiento público,
entre la voluntad del sujeto y la renuncia de esta misma vo-
luntad. Es un lugar de contradicciones, de extrema comple-
jidad. En esta época en que toda acción tiende a volverse
trabajo, la búsqueda de sentido sobre este particular objeto,
parece esencial para quien considera aún posible inuenciar
el curso de la historia. Para ello, es indispensable hacer una
lectura crítica de los planos de inteligibilidad en los que el
trabajo ha sido analizado, y desde ahí pensar en el sujeto, y
ver cómo este se sitúa entre la producción del objeto de su
trabajo y la producción de sí mismo como sujeto; a través
del agente trabajo que no es ni trascendente ni inmanente.
Palabras clave: Trabajo; Inmanencia; Trascendencia; Suje-
to; Inteligibilidad.
Summary:
To think the concept of work does not fall within the sco-
pe of evidence, because knowledge of labor implies placing
yourself permanently between the abstract and the concre-
te, between what has been lived intimately and public re-
cognition, between the subjects will and resignation of that
same will. It is a place of contradictions, of extreme comple-
xity. In a time when every action tends to become work, the
search for meaning on this particular issue turns essential
for anyone who believes it is still possible to inuence the
course of history. It is therefore essential to make a critical
reading of the levels of intelligibility in which work has been
analyzed, and from there to think about the subject, and see
how that subject is placed between the production of the ob-
ject of his/her work and the production of itself as subject;
through the agent of work that is neither transcendent nor
immanent.
Key words: Work; Immanence, Transcendence, Subject,
Intelligibility
Resumo:
O conceito de trabalho não se enquadra no âmbito das pro-
vas, porque o conhecimento do trabalho implica situar de
maneira permanente entre o abstrato e o concreto, entre
o vivido intimamente e o reconhecimento público, entre
a vontade do sujeito e a renúncia desta mesma vontade. É
um lugar de contradições, extremamente complexa. Numa
época em que cada ação tende a tornar-se trabalho, a busca
de sentido sobre este assunto em particular, parece essen-
cial para quem acredita possível sua inuência no curso da
história. Portanto, é essencial para fazer uma leitura crítica
dos planos de inteligibilidade em que o trabalho tem sido
analisado, e desde aí pensar no sujeito, e ver como este se si-
tua entre a produção do objeto de seu trabalho e da própria
produção como sujeito; através do agente, o trabalho não é
nem transcendente nem imanente.
Palavras chave: Trabalho; Sujeito; Imanência; Transcen-
dência; Inteligibilidade.
Eric Lecerf**
* Traducción al español realizada por Pamela Jijón
** Profesor de losofía en la Université Paris 8, después de haber sido director del programa del Colegio Internacional de Filosofía entre 1922-1998. Sus
investigaciones se centran en la losofía del trabajo y sobre los fundamentos metafísicos de las políticas de emancipación.
Enviado: 20/09/2015
Aceptado: 30/10/2015
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En todo pensamiento sobre el trabajo hay una
paradoja. Con la llegada de la modernidad, el trabajo
se volvió rápidamente un objeto de estudio ante
el cual, varias disciplinas cientícas, compusieron
su propio aparataje de categorías y de predicados,
instruyendo un conjunto de análisis en que el
conocimiento esperado podía abarcar tanto las
singularidades más extremas como la búsqueda de
un paradigma propio, para denir una época en su
totalidad. Los elementos del lenguaje movilizados se
tornaron cada vez más sosticados, dando muestras
de una complejidad que contribuyó a constituir a la
mayoría de los sujetos trabajadores como profanos,
ellos mismos objetos de una investigación de la que
supuestamente no estaban en medida de entender, ni
los pormenores, ni los nes.
Al nal del siglo diecinueve, los obreros militantes
franceses, grandes defensores de la idea de autono-
mía
1
, intentaron apropiarse de los términos de esta
investigación todavía en gestación, y hacerse recono-
cer como los especialistas auténticos. En esta época
en que aparecieron los primeros congresos interna-
cionales que trataban sobre legislaciones sociales, la
cuestión de la apropiación del lenguaje sabio por par-
te de las organizaciones obreras, parecía efectivamen-
te decisiva. La escuela francesa de ciencias humanas,
fuertemente marcada por el solidarismo
2
, defendió
con cierto éxito la idea del paritarismo, no sólo en
las instituciones sociales, sino también en los insti-
tutos de investigación. Este movimiento tuvo como
traducción más prestigiosa la creación en 1920, de la
Organización Internacional del Trabajo. A partir de
ahí se crearon en toda Europa institutos de tipo pa-
ritario centrados en las cuestiones relativas al traba-
jo
3
. Contrariamente a la esperanza de los fundadores
del movimiento sindical, la difusión de saberes sobre
las condiciones de trabajo de las distintas categorías
de asalariados siguió siendo un tema para iniciados,
pues estos institutos contribuyeron a crear, en el seno
del movimiento obrero, una pequeña categoría de es-
pecialistas, para quienes el manejo de dichos saberes
1 En esta categoría pueden entrar tanto los reformistas como el positivista (1851-1924), fundador del poderoso sindicato del libro, como el libertario
Fernand Pelloutier (1867-1901) primer secretario de la Federación de Bolsas de Trabajo, o el banquero Victor Griuelhes (1874-1922) primer secretario
de la Confederación general del Trabajo.
2 Escuela de pensamiento creada en un primer momento por Léon Bourgeois (1851-1925), quien ocupó distintos puestos en gobiernos de centro-izquier-
da, antes de ser el primer presidente de la Sociedad de Naciones. Dicha escuela fue predominante en el conjunto de las ciencias humanas, sobretodo en
la sociología bajo la inuencia de Émile Durkheim y de Célestin Bouglé.
3 Es el caso en Francia con la creación del Instituto Superior obrero, en 1931, bajo la iniciativa de Ludovic Zoretti ey Georges Lefranc, ambos intelectuales
socialistas que colaboraron con las autoridades de Vichy durante la segunda guerra mundial.
se trasformaría en su ocupación principal e incluso
en ciertos casos en su ocio.
La investigación sobre el trabajo, pese a los com-
promisos políticos de personalidades como Georges
Friedmann o Pierre Naville, no logra liberarse de esta
sosticación del lenguaje erudito, aunque el concepto
de trabajo no haya dejado de demostrar un uso co-
mún que permite que cada uno disponga del mismo
sin necesidad de recurrir a cualquier elemento de de-
nición previa. Es un término sobre el cual, eruditos
y actores sociales, lósofos y políticos, no han dejado
de encontrar grandes dicultades para entenderse,
pero sobre el cual los niños cuandoapenas demues-
tran voluntad por acercarse a un conocimiento activo
del mundo, parecen ya estar listos a apropiarse de su
signicación plena.
El verbo trabajar no pertenece al régimen de la evi-
dencia en el que podríamos colocar a los verbos tales
como comer, dormir, correr o respirar. No podríamos
gracar este verbo, como un mimo, sin juntar varias
acciones. Este aparece casi como un auxiliar, al mis-
mo nivel que haber. Trabajar se constituye así como
una inexión determinante de toda acción. Ante las
acciones directas de las que se nutre el trabajo, éste se
constituye en un segundo grado, mejor dicho como
una abstracción concreta… Abstracción porque el
mismo no es nada más que las acciones que enviste de
sus cualidades de trabajo; concreta, porque aunque se
trate de un trabajo puramente intelectual, no podría
ser reconocido como trabajo sin una traducción ma-
terial, una efectividad. El conocimiento del trabajo
implica este juego de idas y vueltas permanentes en-
tre lo abstracto y lo concreto, entre lo vivido íntima-
mente y el reconocimiento público, entre la voluntad
del sujeto y la renuncia de esta misma voluntad. Es
un lugar de contradicciones, de extrema complejidad
para quien desee recuperar sus estructuras internas y
sus implicaciones sociales; aunque por otro lado apa-
rezca como una evidencia singular para quien arma
“voy a trabajar”.
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Para este sujeto, independientemente del marco ins-
titucional que acoge o no su acción, del objeto sobre
el que esta se desplegará, de la parte ínma o extendi-
da de utilidad común que le será reconocida, él sabe
desde el inicio que la inscripción de su acción en el
determinante singular que es el trabajo se traducirá
en: un gasto de energía, la inscripción en una tempo-
ralidad, la relación con el medio en que se movilizará
una técnica, y nalmente el lugar de una transforma-
ción, aunque esta última sea marcada por el carácter
efímero que a veces nos desespera cuando nos en-
frentamos a las más banales actividades de cuidado
del hogar.
En esta época en que toda acción tiende a volverse
trabajo, que la frontera entre producción y consu-
mo se vuelve menos evidente de determinar, que un
clima de incertidumbre reina sobre el devenir de las
codicaciones del trabajo, esta búsqueda de sentido
parece esencial para quien no se resuelve a pensar que
la historia es un cúmulo de procesos sobre los cuales
no podemos tener ninguna inuencia.
Antes de comprometer algunas reexiones o cons-
tataciones sobre este objeto de límites tan borrosos,
se requiere establecer algunos requisitos, sin los cua-
les correríamos el riesgo de permanecer cautivos de
una serie de conocimientos comunes, ornamentados
o no, por fórmulas herméticas o llenas de jergas que
nos convenzan de su carácter cientíco. Conviene
entonces, para quien desee evitar un lenguaje oscuro
o muy vago, primeramente determinar el campo de
investigación al que se va a referir este ejercicio, luego
manifestar su intencionalidad para nalmente, refe-
rirse de manera explícita a un plano de inteligibilidad,
todo esto permitiendo indicar bajo qué régimen de
pensamiento proponemos al sujeto para avanzar en
su investigación, o más precisamente para avanzar en
el conocimiento de lo que él mismo moviliza cuan-
do interviene en el mundo bajo el modo de actividad
que, pese las reservas ideológicas y epistemológicas
4
,
continuamos llamando trabajo.
Los campos de investigación para el estudio del tra-
bajo son bien conocidos. Se reeren a ese nudo entre
la economía y lo social, y según las situaciones histó-
ricas desbordan en el ámbito del derecho, de la tec-
nología o de la medicina. El trabajo asalariado, que
es sólo un modo de socialización entre otros
5
, ocupa
el primer lugar hasta el punto de constituirse en el re-
ferente absoluto, incluso en el horizonte en el sentido
en que la historia de la división del trabajo sería su
móvil. Hablar de trabajo, al menos en el lenguaje de
los medias, consiste primero en hablar de los medios
empleados por los hombres y las mujeres de un lugar
dado para ganar aquello que les permita satisfacer sus
necesidades. En los países de la OCDE, hablar de tra-
bajo, es primero y ante todo hablar de empleo, sobre
todo cuando este falta, cuando tiene la tendencia a
volverse un privilegio del que un número creciente de
personas está excluido. El trabajo asalariado se acom-
paña así de una lógica devoradora, que generación
tras generación, estrato social tras estrato social, pone
en juego una proliferación de restricciones, que ter-
minan haciendo aparecer una suerte de movimiento
natural, un tipo de determinismo capaz de subsumir
todo deseo de libertad. Así, ¿la venta de sí mismo
no aparece como acto voluntario? El trabajo para sí
mismo, aquel que efectuamos por fuera de toda ins-
cripción en una forma reconocida de interés general,
parecerá dar cuenta de un uso metafórico del térmi-
no trabajo, como si este último para ser reconocido
como tal, necesitara no solo del consentimiento del
otro, sino también de la traducción numérica suscep-
tible de establecer un valor.
Es en este marco, bastante reducido, que, desde Adam
Smith, se debate la cuestión del trabajo, al punto de
constituir un bien común, una suerte de certeza co-
mún que sólo algunos poetas o metafísicos podrían
cuestionar.
No se trata para nosotros de invalidar este campo de
investigación, sino simplemente de traer a la luz que
el mismo no abarca la totalidad del trabajo. O más
4 El estudio de un objeto como el trabajo hace extremadamente difícil el disociar lo que sale de la epistemología o de la ideología. Sin entrar en las discu-
siones de las tesis de Koyré, Kuhn o Foucault sobre las relaciones entre ciencia e ideología, parece difícilmente negable el notar que a la introducción de
una serie de parámetros tomados de las ciencias físicas para pensar el trabajo corresponda una representación naturalista de la sociedad, en parte salida
de las apologías clásicas de una sociedad calcada sobre el cuerpo humano, es decir naturalmente jerarquizada y desplegando formas de energía de las
que el poder-cerebro debe asegurar su dominio.
5 Podemos distinguir 4 formas de socialización del trabajo. El trabajo asociado que, bajo la forma tribal o familiar, interviene primero en la historia de las
sociedades humanas; el trabajo autónomo, et trabajo forzado, y el trabajo voluntario, siendo las fronteras entre estos modos problemáticas.
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bien que, si este campo cubriría la totalidad de senti-
dos que movilizamos para pensar el trabajo, esto sig-
nicaría que algo de nuestra autonomía, incluso de
nuestra humanidad, nos fue quitado. Si el trabajo se
resume a ser un simple medio para asegurar nuestra
subsistencia, sería la idea misma de existencia que
perdería una parte de su signicado, siendo la orga-
nicidad de la vida la que tomaría un lugar más impor-
tante; todo ello en un momento en que los compues-
tos articiales de la acción toman cada día un puesto
de mayor relevancia. Como lo veremos más adelante
a propósito de las restricciones de sentido, instituidas
por la difusión de las tesis de Marx, la asalarización
del trabajo indujo en el seno del universo económi-
co un innegable referente de racionalidad, propicio
para escalonar los reconocimientos sociales, y, desde
ahí asentando la legitimidad de las reivindicaciones
de que quienes, retomando a Marx, venden su vida
pedazo a pedazo. Además, esta forma de mercantili-
zación del tiempo se acompaña también de la pérdida
no menor, de una idea de dignidad personal cual se
practicaba en los ocios del periodo preindustrial.
La intencionalidad, es también otro elemento del que
la investigación no puede desviarse. Pensar el trabajo,
implica necesariamente una visión política. Partien-
do del hecho de que sería puramente azaroso el reto-
mar la propuesta de Helvetius para quien, es por sus-
traerse del trabajo que los hombres aspiran acceder al
poder
6
, la cuestión del trabajo continúa ocupando un
lugar central en todo discurso político.
Incluso cuando el Estado pretende descargarse de
esta responsabilidad sobre la sociedad civil, la orga-
nización del trabajo es un elemento fundador de lo
político en tanto es garante de las condiciones de exis-
tencia de la comunidad que lo inició. Este alcance del
trabajo por parte de lo político se estableció en pri-
mer lugar en la pareja producción-riqueza, luego se
desplegó progresivamente como arreglo de un orden
bajo el efecto del cual la idea de lo común encontraba
una nueva justicación.
Sin retomar de manera íntegra las tesis de Durkheim,
podemos constatar que la creciente especialidad del
trabajo social ha ido a la par con la disolución de las
formas originales de la solidaridad, comprometien-
do una dependencia más fuerte de cada uno con la
comunidad cada vez más abstracta. Dicho en otros
términos, reriéndose a lo político que, incluso cuan-
do se reclama para del liberalismo más radical, con-
ere al trabajo una dimensión disciplinaria capaz de
reconstituir en la sociedad lo que se ha perdido con el
borrarse progresivo de las costumbres.
Si hay un ámbito en que la neutralidad no sabría des-
plegarse sin parecer sospechosa, es este, la historia del
trabajo ha sido –y sigue estando– marcada por dema-
siados servilismos, dominaciones y explotaciones de
toda índole, como para imaginar que podamos man-
tenernos al margen de los conictos que se deducen.
Ninguna instancia de investigación podría estar en
medida de discutir con neutralidad la legitimidad de
los intereses que se expresan, a partir del momento
en que los principios que los sostienen, como la pro-
piedad y la igualdad, son a tal punto contradictorios.
Tomar al trabajo como elemento determinante en la
comprensión de las sociedades conduce fatalmente a
tomar partido, pues todo conocimiento en este ám-
bito implica sus zonas de sombra, lo que en un terre-
no en el que el conicto de intereses es endémico no
puede quedar sin efectos.
Por debajo de esta imposibilidad de pensar el trabajo
bajo una regla de neutralidad, este acto que no podría
suceder sin transformar lo real
7
, implica una hetero-
geneidad de puntos de vista, que responden tanto a
la subjetivación producida en y por el trabajo, como
al hecho que este pensamiento moviliza distintos
planos de inteligibilidad. Determinaremos cuatro de
ellos, que sin ser absolutos ni exclusivos, determinan
para cada uno su propio modo de aprehender lo real.
Estos constituyen límites ideales frente a los cuales es
indispensable tomar posición si queremos dejar en
claro a qué realidad nos estamos reriendo y sobre
todo para evitar estas formas de confusión nefastas –y
comunes– que hacen que en medio de una discusión
centrada en el plano de la inteligibilidad, se llegue
súbitamente a extirpar un punto de argumentación
6 En 1758, en De l’Esprit, escribía: «Para satisfacer esta pereza cada uno aspira al poder absoluto, el cual, dispensándolo de todo cuidado, de todo estudio
y de toda fatiga de atención, somete servilmente a los hombres a su voluntad» ( Helvetius 2015, cap XVIII).
7 Es evidente que en toda teorización del trabajo el axioma propuesto por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, acerca de un mundo que no podrí darse sin
transformarlo, se impone porque el trabajo es nuestro método exclusivo de transformación del mundo.
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proveniente de otro plano sin el cuidado de asegurar
la mínima coherencia con el propósito.
El primer plano, es evidentemente el de las necesida-
des, que reclama, para ser pensado, el ser sostenido en
una relación directa con las formas más inmediatas de
lo concreto. Todo ello conservando en mente la rede-
nición permanente de lo concreto que no es en nada
un relativismo, sino una expresión del movimiento
permanente que anima a las sociedades. Movimien-
to que ha tomado el nombre de progreso, hasta esta
época en que se ve el futuro de nuestro planeta pues-
to en duda por una aceleración sin precedente de las
contaminaciones ligadas a la actividad humana. Las
necesidades se reeren en primer lugar a todo aque-
llo que permite a la vida conservarse. Más allá de las
líneas de acción originales designadas por los verbos
como comer, cuidarse, vestirse, abrigarse; se trata de
un plano que conoce una extensión permanente pues
se suman otras líneas de acción tales como moverse,
educarse, comunicarse…Este plano de inteligibilidad
es evidentemente el de la economía, o más bien aquel
que hizo que la economía migre del dominio privado
al que se referían Xenofón o Aristóteles, hacia lo que
el siglo dieciocho llamará econoa política.
Este es un plano que tiende a ocupar un puesto domi-
nante, incluso a posicionarse como la única instancia
de discusión sobre el trabajo. Sin embargo, es en este
plano en que el trabajo cede su lugar ante el concepto
de producción, término que supone eliminar las am-
bigüedades metafísicas ligadas al trabajo, al punto de
servir como modelo para pensar las actividades hu-
manas de servicio, cada vez más sometidas a la eva-
luación de tipo productivista.
Pensar al trabajo por fuera de este plano de las nece-
sidad nos condenaría ciertamente a quedarnos en el
plano de la pura abstracción, y a olvidar que somos
un cuerpo; pero reducir al trabajo a este plano, sería,
como lo dijimos a propósito de la predominancia del
esquema salarial, admitir que no somos nada más que
un cuerpo, y haciéndolo reduciríamos al historia a un
proceso captivo de los determinismos económicos.
El segundo plano es el de la experiencia, de esta for-
mación del sujeto del que la losofía ha problemati-
zado los desafíos bajo el término de ontología. Cada
uno sabe que el trabajo es una base determinante de
la formación de sí mismo. Este es un punto de acuer-
do entre Freud
8
y Jung
9
, entre. Wallon
10
y Canguil-
hem
11
. Lo que no aparece como evidente es para q
es para lo que el trabajo nos forma. Para uno de los
fundadores de la búsqueda sociológica Frédéric Le
Play
12
, el espacio en que la experiencia del trabajo es
más fecunda es en el ámbito de la disciplina; mientras
que para Augusto Comte, es más bien una lección de
humildad que el trabajo nos ofrece a través de la rela-
ción directa que éste inicia con la materia
13
.
No podríamos imaginar un trabajo, que de una forma
u otra no movilice nuestra capacidad de hacer expe-
riencia, de inscribir en nuestro capital de saberes nue-
vos datos. Estos conocimientos se asientan tanto en el
dominio de la pura abstracción como en el registro
del hacer, o de manera más simple en las actitudes
y gestos cuyo uso manejamos incluso antes de saber
nombrarlos. En toda forma de acción la experiencia
es a la vez instrumento, motor y revelador. Una ac-
ción poderosa, innovadora, será una acción que deja-
rá en nosotros un rastro tan marcado que nos senti-
remos transformados. La pregunta es entonces saber
si es que la experiencia engendrada por el trabajo se
singulariza en alguna otra forma de experiencia. Y es
en este punto en que interviene la necesidad. Pode-
mos pensar el trabajo por fuera del plano de la nece-
sidad, pero el trabajo teje necesariamente un contacto
mínimo con una necesidad que puede ser material o
espiritual, moral u ordenada por el otro, personal o
comprometida bajo el régimen del interés colectivo,
inmediatamente perceptible o implicada en el juego
de separaciones más o menos consistentes. Es en esto
que el trabajo se distingue radicalmente del juego que
pueden tener en común con lo serio, el compromiso
de sí mismo, la movilización del tiempo, el esfuerzo
consentido.
Un juego es su propia necesidad, lo que explica, al
menos en un sentido, su capacidad de encantar al
8 Ver Malaise dans la civilisation (1930)
9 Ver Psychologie de l’inconscient (1913)
10 Ver Principes de psychologie appliquée (1930)
11 Ver Milieu et Normes de l’Homme au Travail(1947)
12 Ver La réforme sociale en France (1864)
13 Ver Le prolétariat dans la société moderne (1849)
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sujeto. Mientras que el trabajo, implica ciertamente
la expresión de una voluntad, pero de una voluntad
que se enfrenta a la necesidad, que se pone en movi-
miento para cumplirla, sobrepasarla, y transformarla
en libertad. La experiencia que está en juego implica
la certicación de la voluntad en la confrontación con
la necesidad. Y es en este punto en que la dimensión
ontológica interviene, sobre todo a través de la orien-
tación dada a la atención que condicionaría las condi-
ciones de efectividad de la experiencia. La búsqueda
del cociente de gasto de energía más favorable para
el sujeto ¿implicará el recurso al hábito que distan-
cia todo aquello que contradice lo inédito? O al revés,
¿entregará a este inédito una posición central para
que el trabajo se vuelva creación? Creación de objetos
nuevos, creación de espacios, creación de sí mismo.
Una situación normal de trabajo se manifestará en
una mezcla de ambos. Y seguido, es entre la atención
de la que se nutre nuestra intervención de lo inédito
y la vigilancia que separa todo lo que no es un hábi-
to, que nos es dada nuestra posición de autonoa de
sujeto.
El tercer plano, es el de la sociabilidad, de la relación
con el otro. Nadie podría cuestionar que el trabajo es
un elemento clave de la experiencia compartida. No
es necesario retomar aquí la clásica discusión sobre
la división del trabajo, que implica efectivamente una
sociabilidad en dos orientaciones, por un lado la re-
partición de las tareas que induce a la especialización,
y por el otro la repartición del esfuerzo que se traduce
en la asociación
14
. El trabajo induce una relación con
el otro en quien ve al anunciador, iniciador o destina-
tario de la necesidad.
En cuanto a la historia de los hombres, no podemos
negar que la inscripción de una parte de las activida-
des bajo el régimen del trabajo haya contribuido a la
constitución de un lenguaje cada vez más especializa-
do, con el n de promover el compartir la experiencia,
su difusión, su reproductibilidad. Diríamos entonces
con Rousseau que ¿el lenguaje nació del trabajo? No,
pues hay de manera evidente otras razones para co-
municar con el otro, que el compartir esta experiencia
especíca. Pero por un lado sí, el estudio del trabajo
nos sitúa en el plano de la inteligibilidad que es la so-
ciabilidad, el homo faber está necesariamente dota-
do de un instrumento de comunicación complejo y
evolutivo. Pero debemos mitigar este punto y resistir
a la doble tentación que habita la disposición antro-
pológica del trabajo. La primera consistiría en pensar
que lo social pueda ser en sí mismo la zona en que
se efectúa el trabajo, lo que conllevaría el pensar que
todo trabajo tendría en sí mismo una virtud social –y
por lo tanto olvidar que el ejercicio de la voluntad que
es la fuente del trabajo puede permanecer en perfecta
autonomía. La segunda nos conduciría a pensar que
el trabajo es el móvil interno de toda sociabilidad, lo
que sería pensar que es en y por el trabajo que esta
interviene– lo que sería una negación de toda idea
de democracia o de fraternidad, incluso de amor.
Entonces, si no acreditamos la idea de una alteridad
que sería producto del trabajo podemos armar con
Jules Vuillemin que esta es “develada por él
15
, es de-
cir que la alteridad encuentra en el trabajo referen-
cias que le permiten ser cuestionada, problematizada.
El nosotros no es en sí mismo un sujeto del trabajo,
aunque mantiene con él una relación dialéctica evi-
dente. Como lo escribe André Gorz, el mito del lazo
social creado de manera mecánica por el trabajo no es
sino un engaño, en la medida en que omite recordar
que es más bien en las disposiciones de conicto que
atraviesan los territorios del trabajo donde se anuda
en sentido estricto el sentimiento colectivo. Podemos
entonces decir, que el trabajo no es la fuente del no-
sotros, pero que éste ha encontrado en aquél terreno
de experiencia que es transferible más allá de la esfera
del trabajo, de una manera más general en las formas
de acción colectiva que han encontrado en él sus mé-
todos.
El cuarto y último plano de inteligibilidad es el del
valor. Conviene entender a este término desde el án-
gulo de la heterogeneidad de sentidos que encuentra
su fuente en la manera, de la edad clásica, de marcar
la cualidad de una persona, y se reencuentra en las
declinaciones contemporáneas propuestas como teo-
rías económicas del valor, como las que se inician en
el siglo diecinueve con Ricardo, en las cuales la per-
14 En Le système des contradictions économiques (titulado también Philosophie de la Misère), Proudhon da como ejemplo la elevación del obelisco de Lou-
xor en el centro de París. Pues 200 granaderos fueron necesarios para montar el obelisco en pocas horas, mientras que uno solo de ellos habría podido
trabajar 200 días y no lo hubiera logrado.
15 En Lêtre et le travail, publicado en 1949.
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sona no está sino raramente convocada. Al pensar el
trabajo, tenemos que pensar al valor en un entre-dos,
que, sin refutar la distinción kantiana entre valor re-
lativo (que marca la utilidad) y un valor absoluto (que
tiende a alcanzar la dignidad), subsumiendo ambas
en una acaparación esencialista de la acción que en-
cuentra en sí misma su principio original.
Nombrar “trabajo” a una parte de la actividad, es a su
vez marcar lo que en la vida escapa al trabajo. Esto
nos lleva a realizar una separación ante la obligación
que la necesidad nos impone, independientemente de
su origen. El valor reposa así, en lo que en el centro
de una actividad marcada por el sello de la necesidad,
logramos constituir como libertad. Es lo que el traba-
jo crea, lo que suma al mundo, o que el objeto produ-
cido no podría encarnar por sí mismo. La economía
toma de ahí lo que compone la plusvalía, mientras
que la moral retiene la manifestación ejemplar de un
ser entregado a acceder a una forma superior de reali-
zación personal o colectiva. El hecho de que a este va-
lor le correspondan tanto una dimensión económica,
como una moral o social, y que sea tomada en cuenta
por la experiencia personal y colectiva, podría llevar-
nos a levantar este plano de inteligibilidad a un nivel
superior. Ese es el peligro del valor. Pues, como se si-
túa del lado de los nes, tiende a querer torcer todos
los móviles hacia su propia realización. Esto, lo hace
caer en la pura retórica y lo hace mutar en argumento
de propaganda para quien quiere poner el trabajo del
otro bajo su autoridad. Así, aunque es esencial el no
abandonar este plano de la inteligibilidad, sin el cual
el valor de la libertad no sería sino una compensa-
ción, conviene conservarle un lugar equivalente a los
otros tres.
Antes de pensar estos cuatro planos de la inteligibili-
dad habíamos hablado de un “régimen de pensamien-
to. Podemos decir, que todo lo que hemos expuesto
sobre el trabajo a partir de nuestro pensamiento, no
podría advenir si nos contentáramos en permanecer
en esa exterioridad prudente que ha servido de base
a la casi totalidad de las teorías del trabajo que se
han desarrollado en los dos últimos siglos. En efecto,
a la mayoría de lósofos, ensayistas o reformadores
que se han enfrentado a la pregunta del trabajo, les
ha parecido fuera de lugar el integrar el análisis de
la acción misma que ellos establecían al momento de
constituir su juicio. El trabajo sobre el que exponen
sus reexiones les debía parecer de una esencia com-
pletamente ajena a la movilización que implica toda
investigación. El ejemplo más fuerte es seguramente
el de e Human Condition de Hannah Arendt, cuya
categorización
16
se ha sostenido como doxa, aunque
plantea de manera explícita la vida del espíritu en un
más allá que se inscribe en un esquema platónico
17
. Y
cuando Arendt atribuye a Marx el título ambiguo del
más grande lósofo del trabajo, lo hace en un sentido
restrictivo del trabajo como producción, y de ningu-
na manera reriéndose a una denición más amplia
que integraría el trabajo que Platón, San Agustín,
Marx y Heidegger, y ella misma, tuvieron que llevar
a cabo para componer un pensamiento dotado de un
mínimo de coherencia.
Esto no es solamente una paradoja, es una negación
inconcebible. Pues, ¿cómo es posible imaginar que el
pensamiento, estructurado, riguroso, creador, pueda
ser otra cosa que un trabajo? Como si el pensamiento
estaría exento de cualidades y límites que harían que
una acción sea llamada trabajo. Es en este régimen
de exterioridad del pensamiento que el trabajo nos
es presentado, sobre todo bajo el modelo del trabajo
obrero. Se trató de trazar una frontera inviolable entre
el orden de un pensamiento supuestamente libre y un
trabajo alienado. Raros, muy raros, son aquellos que,
como Simone Weil, defendieron la tesis de una aso-
ciación del pensamiento y del trabajo. Para esta ló-
sofa, comprometida, que de manera voluntaria deci-
dió trabajar como obrera en las industrias de Renault,
para analizar cómo la atención era movilizada
18
, un
pensamiento desencarnado de toda relación con lo
concreto da cuentas de una alienación igual a aquella
de un trabajo manual en el que no está reservada nin-
guna incitativa para le pensamiento.
16 Entre el trabajo cuya naturaleza es efímera y que sostiene a la vida por el consumo, la obra que dura y constituye un mundo y en n la acción que es el
motor de la historia y se enviste del sentido político.
17 Especialmente en el Menón, texto en el que vemos que aprender no implica las mismas modalidades de pensar cuando somos libres de nuestro tiempo,
o al contrario cuando estamos sometidos a un tiempo limitado por la necesidad, ordenada o no por el jefe. Para Platón, el pensamiento puede ser libre
únicamente cuando se constituye en una perfecta extrañeza con cualquier nalidad inspirada por la necesidad.
18 Experiencia que dio lugar veinte años más tarde a la publicación de sus carnets bajo el nombre de La condición obrera.
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Weil sigue las enseñanzas de Proudhon, que en este
punto han seguido siendo ejemplares, en la medida
en que es el primero en haber introducido la idea de
que el pensamiento se compone sobre el modelo de
la acción practicada por la mano
19
. Otros lectores de
Proudhon como Charles Péguy, Georges Gurvitch,
Henri de Man, se inscribieron en esta tradición que
fue marginalizada por el régimen de pensamiento do-
minante, tanto en los defensores del liberalismo eco-
nómico como en la mayoría de los socialistas, quié-
nes, pese a las celebraciones de una historia que se
supone inscrita en el perfecto materialismo, no han
dejado de levantar una frontera de naturaleza pura-
mente espiritualista en el centro de la misma activi-
dad humana.
Para desarrollar este punto, esencial si queremos
comprender nuestras dicultades al momento de
pensar el trabajo en su globalidad, y sobre todo para
entender por qué el régimen de pensamiento que se
despliega sobre él lo hace desde la exterioridad, po-
dríamos recordar el famoso ejemplo: Una extraña lo-
cura se ha apoderado de las clases obreras de los países
en que reina la civilización capitalista. Esa locura es
responsable de las miserias individuales y sociales que,
desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad.
Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda
del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuer-
zas vitales del individuo y de su prole.
Esta cita está presente en la mayor parte de manua-
les de losofía, de historia o de sociología que traten
sobre el trabajo, y está presente como una de las pri-
meras grandes refutaciones del “valor trabajo. Esta
cita es tomada de la primera página de la célebre obra
Derecho a la pereza de Paul Lafargue, yerno de Karl
Marx, y cuya ironía de la historia hace que aunque
la propagación del texto se deba en su gran parte al
medio anarquista, es en gran medida contra ellos que
fue escrito. En efecto, cuando Lafargue publica este
texto
20
, se trataba para él de perseguir, en el seno de
la Internacional socialista, el combate que había lle-
vado Marx contra los partidarios de Proudhon, y de
manera más general contra todos aquellos que conti-
nuaban reivindicando una moral emancipadora del
trabajo. O, para retomar nuestro tema, un combate
contra todos aquellos que seguían reriéndose a un
régimen de pensamiento en el que la mano y el es-
ritu serían indisociables.
Como buen discípulo de Marx, no es sobre el trabajo
en cuanto tal que Lafargue reposaba su crítica, sino
sobre el sentimiento de esencialidad que da al trabajo
un valor que desborda los marcos de los intercam-
bios económicos. Lafargue quería organizar su com-
bate contra la esperanza, que sostenían la mayoría de
militantes obreros y socialistas de su época acerca de
la emergencia de un trabajo emancipado. Militantes
para quienes la pregunta del poder político, incluso
de las modalidades de institución de la propiedad, te-
nían una menor importancia frente a los procesos por
los cuales el obrero podía o no conservar la organiza-
ción de su trabajo
21
.
La abolición del trabajo asalariado, que era la consig-
na más extendida entre la clase obrera, debe enten-
derse de dos maneras:
Para Lafargue así como para la casi-totalidad de
los discípulos de Marx, este objetivo tiene senti-
do solo al interior de la socialización de los mo-
delos de producción, que hará que la condición
asalariada, que se halla extendida al conjunto de
la sociedad –campesinado incluido- sea plantea-
da bajo la autoridad pública, cambiando de na-
turaleza y pareciéndose a una forma de servicio
común, cuyo objeto es la realización equitativa de
las necesidades
22
.
19 Punto teorizado en el sexto estudio de De la Justice dans la Révolution et dans lÉglise, pero que está presente en toda su obra, por ejemplo en los Ma-
jorats littéraires donde escribe: «aquel que tiene su idea en la palma de la mano es un hombre muchas veces con mayor inteligencia, en todo caso más
completo, que aquél que la lleva en su cabeza, incapaz de expresar de expresarla de otra forma.
20 Este texto panetario apareció incialmente en la revista L’ Égalit é bajo el título de Le droit à la paresse, réfutation du droit au travail de 1848. En 1883
fue publicado en forma de ensayo. Maurice Dommanget, en su introducción redactada en 1969, indica que Lafargue habría esperado la muerte de
Louis-Mathurin Moreau-Christophe para publicarlo. Pues, lo esencial de las referencias que Lafargue moviliza tenían su fuente en Droit à l’oisiveté,
publicado por Moreau-Christophe en 1849.
21 La primera huella escrita que instituye reglas a cada ocio se encuentra en el Libro de los ocios, redactado en 1268 por Etienne Boileau bajo pedido
del rey Louis IX. Este trabajo trataba de los ocios de París y para cada uno indicaba las estructuras de aprendizaje, las modalidades de integración, les
jerarquías internas así como las formas y procesos de fabricación.
22 Eduard Bernstein, es uno de los primeros marxistas en cuestionar tal dogma, su ensayo Socialisme théorique et social-démocratie pratiquepublicado en
1898, reconoce en este punto una virtud real de la tradición proudhoniana.
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Para los socialistas de tendencia libertaria se tra-
tará más bien de un reapropiación del trabajo, no
a título de un poder a ser conquistado sino más
bien como potencialidad común. Terminar con el
trabajo asalariado implicaría dar todo el sentido
al concepto de “capacidades obreras” inventado
por Proudhon
23
quien preconiza todas las formas
de autonomía de la clase obrera, desde las mu-
tualistas, las asociaciones de resistencia, hasta las
cooperativas de producción.
En el primer caso el trabajo es pensado como una
obligación de la que conviene compartir el peso, es-
tando la dignidad del sujeto relacionada de manera
casi exclusiva con el grado de su concientización po-
lítica. Mientras que en el segundo punto, el trabajo
sigue siendo el lugar de la constitución de un sujeto
autónomo. En el primer caso la acción está volcada
hacia una conquista política del poder, mientras que
en el segundo toda revolución parece implicar un do-
minio de sí mismo que no puede satisfacerse de una
condición servil, ni de una relación pervertida en un
poder de acción cuya fuente sería la experiencia del
trabajo.
Retomando un tema que será desarrollado medio si-
glo más tarde por Simone Weil, no se puede esperar
un pueblo servil, humillado, que invente condiciones
de emergencia de una libertad auténtica
24
.
Aunque la tesis de una constitución del trabajo como
valor antropológico no está ausente de la obra de
Marx
25
, es en el marco del positivismo histórico que
inicia su famoso juicio sobre el trabajo. El dominio
que el hombre adquiere sobre la naturaleza no tiene
sentido sino en una alteración de su propia natura-
leza, es la forma de reicación que Marx conserva
como huella de sus lecturas del Hegel dialéctico de
la Fenomenología del espíritu. Hoy en día no hay nin-
gún comentario de la obra de Marx que omita citar
los Manuscritos del 44, donde se expone la tesis de la
alienación del trabajo descompuesta en 4 momentos.
El primer momento es el de la exteriorización del su-
jeto en el objeto que se realizó por el trabajo. Muy
cercano del fenómeno de objetivación descrito por
Hegel en la Fenomenología del Espíritu, este primer
grado constituye el origen. Como ya lo había profe-
tizado Locke para justicar la institución de la pro-
piedad privada
26
,, esta exteriorización del ser en su
producción engendra un sentimiento de fragilidad en
la medida en que dicha propiedad puede serle arreba-
tada en cualquier momento, y ser puesta al servicio
de intereses contrarios a los suyos. Marx no realiza
ninguna reexión particular sobre las medidas con-
servadoras que el sujeto se ve obligado a inventar para
reducir los efectos de dicha objetivación; sino que se
limita a señalar en qué medida esta inscripción de la
alienación en el plano ontológico es a la vez original y
permanente; dada la reiteración sin cesar acrecentada
en los efectos de la especialización del trabajo. Es un
dolor, que a diferencia de la dialéctica hegeliana no es
directamente una fuente de toma de conciencia de sí
mismo.
El segundo momento de la alienación adopta como
base el campo de lo social, bajo los auspicios de la
modernidad, y toma la forma de la opresión salarial.
El sujeto que conoció ya el primer momento de la ex-
teriorización de sí en la producción, se ve imposibi-
litado para resolver por sí mismo el problema de las
necesidades. Desde este momento tendrá que pasar
por la mediación del sueldo que le es dado a cam-
bio, primero por el producto de su trabajo , luego por
su fuerza de trabajo, y por último por el cociente que
debe dividir esta última en porciones normadas de su
tiempo. En este momento no se trata para Marx toda-
vía de establecer una ley de salarios
27
, ni de enfrentar
la servidumbre y el reconocimiento implicados en
cada intercambio monetario, sino de mostrar que el
carácter fenomenal del dinero está ligado a la consti-
tución de la fuerza de trabajo en producto.
Marx inscribe en este proceso de alienación un ter-
cer momento que podríamos nombrarlo como for-
23 En De la capacité des classes ouvrières, ensayo redactado en 1864 en respuesta a los militares socialistas que pretendían presenatr su candidatura a las
elecciones legislativas.
24 Principalmente en su ensayo Réexions sur les causes de la liberté et de loppression sociale, redactado en 1934, pero publicado por primera vez de manera
póstuma en 1955 bajo el título de Oppression et Liberté, en la colección «Espoir» dirigida por Albert Camus.
25 La referencia movilizada para defender esta concepción antropológica del trabajo en la obra de Marx es la página que introduce la 2da sección del libro
1 del Capital, en la que distingue las realizaciones de la araña y de la abeja frente al trabajo del tejedor y el arquitecto.
26 En Deuxième Traité du Gouvernement Civil
27 Establece los fundamentos de esta ley de salarios 3 años más tarde en la redacción de Travail salarié et capital.
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ma subjetiva. Después de haber atravesado el dolor
de la pérdida de sí mismo en el producto que se le ha
vuelto extranjero, seguido de la inscripción necesaria
de la mediación para cumplir con sus necesidades; el
sujeto se constituye en extranjero para sí mismo. El
sujeto produce una forma de sí mismo que conferi-
rá y retirará las identidades que le sean atribuidas. El
sujeto ya no se limita a vender pedazo a pedazo su
fuerza de trabajo, ni a alquilar secuencias cada vez
más largas de su tiempo de vida, sino que consiente el
transformarse en instrumento, y de ahí que termine
considerando a su cuerpo como extranjero a sí mis-
mo; extranjero a ese sí mismo que permanece en fuga
en una percepción íntima de la conciencia.
El cuarto momento de esta alienación será aquel de
la extrañeza pura, de un sujeto que después de haber
hecho el luto de la integridad de sí mismo, constituye
toda cosa en objeto, y por ello en mercancía.
Este texto no permite denir lo que es el trabajo, ni
tampoco sacar los elementos que servirían para dis-
tinguirlo de los otros modos de actividad. Pero realiza
una reexión global sobre el trabajo desde una apro-
ximación fenomenológica de la que Marx se hará el
defensor intransigente
28
.
Es interesante notar que Marx dejó estos manuscritos
en cartones que fueron rápidamente olvidados, y que,
cuando retomó alguno de los lineamientos allí plan-
teados como en su Introducción a la Crítica económi-
ca y política, sería para indicar que la abstracción y
la simplicidad den las que el trabajo pudo haber sido
una vez pensado, no fue sino el producto de un pe-
riodo histórico cuya complejidad fue eliminada por
el sistema manufacturero.
El momento de ruptura fue el de la escritura de la
crítica que produjo acerca de la obra e Proudhon, en
1847, que lo condujo a ver en esa búsqueda solo una
discusión estéril relacionada con una metafísica sin
ninguna implicación concreta. De Proudhon, a quien
había primero puesto como ejemplo del hombre real,
Marx hará tres años más tarde una crítica sin conce-
siones, publicando Miseria de la losofía, texto que
marca una ruptura en su obra. Aquí al concepto de
trabajo se sustituye el de producción, que permite
salirse de todas las contradicciones inherentes a un
pensamiento real del trabajo. De un trabajo en el que
se juege algo esencial de nuestra humanidad, y cuyos
debates contemporáneos sobre los modos de activi-
dad iniciados por el universo numérico nos entrega
toda su agudeza.
Pero nos falta todavía reactivar una crítica sobre lo
que movilizamos, construimos, gastamos de nosotros
mismos en esta forma singular de acción a la llama-
mos trabajo. Nos toca todavía encontrar el hilo de ra-
cionalidad implicado por una acción cuyo origen es
en la necesidad y cuya nalidad está en el develar una
libertad. Deberíamos liberarnos de esta doble doxa de
impermeabilidad entre el trabajo y el pensamiento, y
la de un trabajo que encuentra todo sus requisitos en
la valorización que hace de él el salario.
En Las palabras y las cosas Michel Foucault recono-
ce la existencia de tres casi-trascendentales, la vida,
el lenguaje y el trabajo. Más allá de la suerte que fue
reservada al trabajo en la obra de Foucault quien lo
integró a su episteme como perfecta exterioridad, in-
cluso como pliegue trágico en el que la humanidad
no habría conocido otras formas de existencia que
la servidumbre y la obediencia, esta convergencia se
inscribe en falso frente a las representaciones domi-
nantes en las que el trabajo es dado como fenómeno
histórico al cual no se puede asociar nada de lo for-
mado por el pensamiento.
Sin duda alguna, entre estos tres casi-trascendentales,
para Foucault es el trabajo el que más merece la aposi-
ción del casi. Tal vez es aquí dónde se puede plantear
una losofía del trabajo, pensándolo como agente
permanente de ese casi. Ni trascendente ni inmanen-
te, sino en un territorio en el que el sujeto no puede
sino confundirlos, al estar situado en una disposición
en la que deberá reservar un lugar a la resolución de
sus necesidades y a la experiencia que lo forma como
sujeto, tanto para acceder a la socialidad necesaria
como para alcanzar el valor gracias al cual podrá con-
cebir el respeto de sí mismo que hoy, aparece cada vez
más frágil.
Y de esta manera volver a encontrar la capacidad de
movilizar lo que George Eliot escribe en lo que sigue
28 Se podría señalar la excepción que constituye la Introduction à la Critique de l’Economie
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siendo una de las más bellas novelas sobre el trabajo,
Afdam Bede:
«Como acababa de toma esta decisión, llegó
muy cerca del nal de su carrera y escuchó el
ruido de los martillos que se activaban para
recuperar el buen estado de la vieja casa. Este
ruido de herramientas, es para un buen obre-
ro que ama su trabajo, como los ensayos de la
orquesta para el violinista que debe tocar en
la apertura: las fuertes bras se ponen a vibrar
como de costumbre, y lo que, hace un instante,
era alegría, irritación o ambición, comienza a
transformase en energía. Toda pasión que se
expresa fuera de nosotros mismos se vuelve
fuerza, ya sea que se manieste en el trabajo de
nuestros brazos, la dirección de nuestra mano
o la actividad creadora de un pensamiento si-
lencioso.
29
29 «As he made up his mind to this, he was coming very near to the end of his walk, within the sound of the hammers at work on the retting of the old
house. e sound of tools to a clever workman who loves his work is like the tentative sounds of the orchestra to the violinist who has to bear his part in
the overture: the strong bres begin their accustomed thrill, and what was a moment before joy, vexation, or ambition, begins its change into energy. All
passion becomes strength when it has an outlet from the narrow limits of our personal lot in the labour of our right arm, the cunning of our right hand,
or the still, creative activity of our thought»
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