Facultad de Derecho
la resistencia activa de las comunidades campesinas,
incluidas las afrocolombianas, se multiplican y con-
trastan, a la vez, las acciones de los diferentes sujetos
políticos que apoyan la guerra y los abusos de los ac-
tores armados. Muchas personas rechazan el servicio
militar o ejercen la desobediencia fiscal por conviccio-
nes pacifistas, y se forman las “Comunidades de paz”.
afirman el rechazo de la violencia en cuanto “principio
de orden” para el imaginario social y para las institu-
ciones del poder colectivo.
En resumen, en este contexto de guerra endémica y
prolongada, donde se generan los desplazados inter-
nos, el papel del Estado no es la destrucción comple-
ta de las oportunidades y de las presuposiciones del
cambio colectivo, tal como en el caso de los regímenes
totalitarios, sino un bloqueo del cambio político. A fin
de evitar el riesgo del desarrollo de “la política”, la esfe-
ra de “lo político” se organiza para rechazar cualquier
tipo de cambio del poder colectivo.
La Comunidad de Paz es un sujeto colectivo compro-
metido en un “proceso de paz desde abajo”, que pone
en marcha una original iniciativa política de tipo no
violento que convierte un área local de gobierno tal
como un pueblo, en un espacio de autogobierno abier-
to al dialogo con otras autoridades locales, nacionales
e internacionales (Profumi 2016). El respeto mutuo,
la reconciliación, el compromiso cívico y la solidari-
dad son características comunes a esta organización,
al igual que otras “comunidades políticas” presentes
en Colombia, como las “comunidades campesinas”. Su
acción se basa en un método que hace que sea pro-
blemática cualquier expresión de violencia, que la vio-
lencia pueda ser eliminada como herramienta de or-
ganización colectiva, y tiene como objetivo principal
la construcción de nuevas formas de sociabilidad para
que la política sea el centro de la vida comunitaria.
Las “Comunidades de paz”, en su totalidad, son una
fuerza casi totalmente ajena al sistema institucional
oficial, porque lo desafían y proclaman la necesidad
de superar la crisis social que el sistema no logra re-
solver (Hernández Delgado 2012). Al igual que ellas,
también las “comunidades de los pueblos indígenas”,
como las de los Wayúu, crean formas alternativas de
economía para ejercer una autonomía activa que les
permite escapar de las reglas del mercado y de las de
los actores armados. La máxima expresión de la resis-
tencia de los pueblos indígenas se lleva a cabo en la
región del Cauca, donde, desde la segunda mitad de
la década de 1970, se forma el Cric (Consejo Regio-
nal Indígena del Cauca), una organización política que
no actúa solo en defensa de la cultura del pueblo nasa,
sino más bien para negar la conexión entre la guerra y
la política que caracteriza al gobierno central. La auto-
nomía de las “comunidades nasa” se basa en formas de
auto-organización, que incluyen una forma original de
democracia directa.
En el caso colombiano parece que este tipo de relación
entre “la política” y “lo político” es la demostración de
que la creación política, o sea, el movimiento social
que realiza “la política”, aparece como la forma de “lo
político” que niega el principio de violencia, entendi-
do como principio alrededor del cual se crea el orden
colectivo, y, por lo tanto, se opone a la guerra no solo
como una condición ideal, sino, sobre todo, como la
institución central que organiza la sociedad.
La violencia y la esfera de “lo político”
Todo este panorama parece una confirmación de
la tesis del filósofo francés Etienne Balibar sobre la re-
lación entre la esfera política y la violencia: para él la
violencia es el criterio que permite distinguir los dife-
rentes conceptos de política, ya que traza una frontera
entre las varias esferas políticas (Balibar 2010, 9-16). Si
consideramos la situación colombiana, la tesis princi-
pal de Balibar sobre la relación entre la violencia y la
política parece aceptable.
Pero, en su análisis hay también un componente pro-
blemático que necesita de una mayor reflexión para
llegar a explicar con claridad una relación de este tipo.
El filósofo francés cree que la esfera política se basa en
un rasgo que la destruye, es decir, que ella se genera
en la confrontación con “su imposible”, representado
por la violencia (eso aparece en el caso de Colombia
y de muchos otros contextos socio-históricos contem-
poráneos, como, por ejemplo, en la actual Turquía de
8
Erdogan ). En referencia a Espinoza, Balibar sostiene
Todas estas formas de “resistencia desarmadas” son
instituciones paralelas que desafían la estructura polí-
tica del Estado a través de la práctica y de la aplicación
de una democracia política y social reales. Todas ellas
que, antropológicamente hablando, se debe tener en
cuenta la presencia de un “residuo de violencia impo-
sible de erradicar”, que él llama “violencia extrema”, y
que, en el caso de la esfera política tomaría la forma de
10
CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 5 (Julio, 2016): 8-17