Facultad de Derecho  
2
008; 2011), y, gracias al actual proceso de paz, se hace  
político” se relaciona con la guerra y, en segundo lugar,  
en qué medida esta se relaciona con un problema de  
cambio social, típicamente político. Por esta razón, el  
principal reto de este artículo es sostener que la guerra,  
principal raíz de los desplazados internos de Colom-  
bia, no es simplemente el resultado de una decisión  
política, sino, más bien, el producto de una específica  
formación de la esfera de “lo político”; y, a la vez, que  
esta esfera asume el principio de violencia que se halla  
a la base de la guerra, cuando el imaginario social ins-  
tituye una nueva dimensión del poder colectivo.  
más evidente la importancia de considerar a la guerra  
como causa principal del problema social y político.  
Aquí se afirma, en particular, la tesis de que, para resol-  
ver el problema de la migración forzada en Colombia,  
es necesario entender cómo solucionar la guerra como  
expresión de la específica realidad política del país. No  
es el caso que la violencia ha tenido un impacto par-  
ticularmente grave en generar el desplazamiento for-  
zado de grupos tales como pueblos indígenas y afro-  
descendientes, periodistas y defensores de derechos  
humanos. Ninguna perspectiva que haga referencia  
exclusivamente al mundo de los derechos (humanos,  
constitucionales, etc.) aporta realmente una contribu-  
ción a nivel práctico y conceptual, porque la clave pro-  
funda para resolver el drama de la migración forzada  
es política.  
La pregunta que hay que plantear a la hora de resol-  
ver este problema es la siguiente: ¿el poder político y  
su imaginario tienen una relación constitutiva con la  
guerra?  
En otras palabras, para entender el drama de la guerra  
en Colombia y cómo tratar el problema específico de  
los desplazados internos es importante asumir ante  
todo: 1) la distinción entre “lo político” y “la política”  
El caso de los muchos refugiados colombianos en Ecua-  
dor (Schussler 2009) nos recuerda que, además, varias  
veces también la realidad de las migraciones interna-  
cionales es el resultado de un conflicto armado y no el  
resultado de la simple búsqueda de una vida mejor.  
7
desarrollada en filosofía política en el siglo pasado; 2)  
el modo en que la esfera de “lo político” ha estructu-  
rado el poder colectivo en la historia de este Estado;  
3
) el papel central que juega el imaginario político a  
En este sentido, la filosofía política y su método críti-  
co, puede ayudar a comprender cómo la esfera de “lo  
la hora de producir un cambio total dentro de una so-  
ciedad.  
COLOMBIA Y LA GUERRA A ‘LA POLÍTICA’  
En la historia de Colombia tenemos una prueba  
clara del modo en el que la esfera de “lo político”, o sea,  
del poder colectivo y de la creación de la ley común,  
y la de la “creación política”, es decir, del movimiento  
de politización de la sociedad que pide una democra-  
cia real, se oponen claramente y entran en conflicto  
una con la otra. En este país, de hecho, el nacimiento  
del “movimiento instituyente” (Castoriadis 1975) que  
opone el sistema político a la base de la guerra es la  
expresión de la tentativa de crear “la política”, o sea, de  
formar un nuevo poder colectivo que tenga su base en  
un poder democrático popular. El Estado, su estruc-  
tura de poder político, judicial y militar, conserva, al  
contrario, el papel de defensor de la organización de  
“lo político”.  
El rasgo que distingue y opone ambas esferas del poder  
colectivo es su relación con la violencia y la guerra. La  
esfera de “lo político” se desarrolla gracias al principio  
de la exclusión de la alternativa de poder, y la guerra  
7
Paul Ricoeur introdujo la distinción jurídico-política de Carl Schmitt entre “lo político” y “la política” en Francia. Luego fueron Cornelius Castoriadis  
y Claude Lefort quienes la utilizaron de forma original dentro de una perspectiva política. Castoriadis considera “lo político” como la esfera donde se  
producen las leyes y las normas sociales explícitas, mientras que “la política” es una creación social que democratiza esta esfera y permite que todo el  
mundo participe en la creación de la ley explícita. En este ensayo me refiero a esta distinción filosófica. Recientemente Jaques Rancière y Chantal-Mouffe  
han reelaborado la categoría de lo político; el primero refiriéndose directamente a la herencia francesa, mientras que la segunda tomando directamente  
a Carl Schmitt. Lastimosamente, estas propuestas conceptuales carecen de fuerza: el primero reduce la política a la gestión cotidiana y ordenada de la  
esfera del poder político (“lo político”), y no aclara realmente cuál es la fuerza constructiva del desacuerdo democrático hacia esta “gestión policial” (la  
reduce, de hecho, al simple desacuerdo hacia el orden establecido), mientras que la segunda utiliza como válida la oposición que para Schmitt caracteriza  
la esfera de “lo político”, la distinción entre “amigo” y “enemigo”, y la asume como positiva, mientras que, en realidad, corresponde a uno de los problemas  
que llevan esta esfera a producir un sistema de guerra. Sobre la imposibilidad de utilizar la categoría de Rancière véase mi crítica: Profumi, Emanuele.  
2
013. Spettri della rivoluzione. Badiou, Rancière e Žižek sulla creazione politica. Roma: Consecutio Temporum n. 4 (Dal postmoderno all’ipermoderno).  
8
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se convierte en la manera en la cual se desarrolla el  
conflicto político.  
desaparece, generando así una verdadera “guerra  
sucia”, que golpea sobre todo a los actores sociales  
que quieren llevar el conflicto armado en el ámbito  
del conflicto político (Echandía Castilla 2006).  
Todas estas condiciones se producen en Colombia  
desde la formación de la República del siglo XIX y, con  
más claridad, a partir de mediados del siglo pasado.  
A continuación, sintetizo las etapas históricas más im-  
portantes que demuestran la exclusión que genera la  
oposición entre “lo político” y “la política” en Colom-  
bia:  
4. El terror y los intentos para eliminar el principio  
de la violencia en la esfera de “lo político” (1990-  
2016): A partir de 1990 se da un doble proceso  
antitético; en primer lugar, la guerra generalizada  
es un estado de terror en todos los niveles de la  
sociedad, mientras que, en segundo lugar y por el  
contrario, se desarrolla un proceso de politización  
de la sociedad que produce una tendencia política  
que reclama el fin del conflicto armado a través de  
una reorganización de la esfera política (antes que  
todo con una nueva Constitución), que excluye de  
forma explícita el “principio de la violencia” para  
la organización de la sociedad (Profumi 2016; Sán-  
chez 1998).  
1
. La Violencia (1945-1965): El contexto de la gue-  
rra civil no declarada que se desarrolla después del  
asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, en 1948, conoci-  
do bajo el nombre de La Violencia, parece generar  
y multiplicar formas diversas de exclusión política  
y social. La guerra aparece como una modalidad  
particular de un “régimen de violencia”, y se pro-  
paga en todas las dimensiones de la vida comuni-  
taria y civil; para, por fin, volverse un verdadero  
régimen de terror” (Fals Borda, Guzmán y Uma-  
Lo que distingue a esta historia, en su conjunto, es el  
hecho de que los intentos de transformación social  
dirigidos a cambiar la forma de “lo político” fueron  
bloqueados por la guerra y por la violencia social, una  
situación que caracteriza el surgimiento de una especí-  
fica esfera política (y de una “identidad social”).  
ña 2005; Pécaut 1987).  
2
. Una nueva guerra civil (1960-1975): Los proble-  
mas del período de La Violencia vienen heredados  
en el siguiente régimen político-económico-social,  
conocido como el momento del Frente Nacional.  
La guerra toma la forma de una “guerra de gue-  
rrillas”, antes que todo, comunista. Las armas pa-  
recen ser los únicos “medios políticos” para hacer  
propuestas legislativas y realizar cambios profun-  
dos en las relaciones sociales a la base del poder  
colectivo (Mackenzie 2005; Gandilhon 2011). Los  
guerrilleros no luchan solo para cambiar la econo-  
mía agrícola basada en el latifundio y en la acu-  
mulación de tierras por una minoría de grandes  
propietarios (Gilhodes 1974), sino también para  
superar la frustración política de una democracia  
que, aunque es reconocida públicamente por todo  
el mundo, de hecho, no se realiza ni a nivel parla-  
mentario, ni en cuanto a la aceptación y a la orga-  
nización del conflicto social.  
El último periodo histórico (1990-2016) en el cual se  
genera otra forma de hacer política que reclama –y rei-  
vindica– un “principio de no violencia” para la orga-  
nización de la sociedad, es el que hay que analizar con  
más cuidado.  
En la década de 1980, la sociedad civil busca participar  
directamente en varios procesos de paz organizados  
por diferentes gobiernos, hasta obtener el resultado  
positivo que se afirma a finales de 1990 con la creación  
de la nueva Constitución. Es en este momento en el  
que se crea la “Asamblea Permanente de la sociedad ci-  
vil”, constituida por más de 800 organizaciones civiles.  
Las grandes manifestaciones por la paz son la respues-  
ta popular al agravamiento del conflicto entre las gue-  
rrillas y los ejércitos paramilitares. En esta época surge  
también el “movimiento de mujeres” y el “movimiento  
de las víctimas”, que se convierten, cada vez más, en  
los actores más importantes de la sociedad civil que  
se opone al estado de guerra. Estos movimientos son  
completamente no violentos, y requieren un cambio  
en la totalidad de las mayores estructuras institucio-  
nales y político-militares colombianas. A nivel local,  
3
. La guerra generalizada y la separación entre la gue-  
rra y la política (1975-1990): La violencia genera-  
lizada se hace más intensa, y cambia de naturaleza  
con la aparición de los fenómenos de los grupos  
paramilitares y del narcotráfico a finales de 1970;  
las formas de violencia son cada vez más variadas  
y cualquier aspecto político de la lucha armada  
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la resistencia activa de las comunidades campesinas,  
incluidas las afrocolombianas, se multiplican y con-  
trastan, a la vez, las acciones de los diferentes sujetos  
políticos que apoyan la guerra y los abusos de los ac-  
tores armados. Muchas personas rechazan el servicio  
militar o ejercen la desobediencia fiscal por conviccio-  
nes pacifistas, y se forman las “Comunidades de paz”.  
afirman el rechazo de la violencia en cuanto “principio  
de orden” para el imaginario social y para las institu-  
ciones del poder colectivo.  
En resumen, en este contexto de guerra endémica y  
prolongada, donde se generan los desplazados inter-  
nos, el papel del Estado no es la destrucción comple-  
ta de las oportunidades y de las presuposiciones del  
cambio colectivo, tal como en el caso de los regímenes  
totalitarios, sino un bloqueo del cambio político. A fin  
de evitar el riesgo del desarrollo de “la política”, la esfe-  
ra de “lo político” se organiza para rechazar cualquier  
tipo de cambio del poder colectivo.  
La Comunidad de Paz es un sujeto colectivo compro-  
metido en un “proceso de paz desde abajo”, que pone  
en marcha una original iniciativa política de tipo no  
violento que convierte un área local de gobierno tal  
como un pueblo, en un espacio de autogobierno abier-  
to al dialogo con otras autoridades locales, nacionales  
e internacionales (Profumi 2016). El respeto mutuo,  
la reconciliación, el compromiso cívico y la solidari-  
dad son características comunes a esta organización,  
al igual que otras “comunidades políticas” presentes  
en Colombia, como las “comunidades campesinas”. Su  
acción se basa en un método que hace que sea pro-  
blemática cualquier expresión de violencia, que la vio-  
lencia pueda ser eliminada como herramienta de or-  
ganización colectiva, y tiene como objetivo principal  
la construcción de nuevas formas de sociabilidad para  
que la política sea el centro de la vida comunitaria.  
Las “Comunidades de paz”, en su totalidad, son una  
fuerza casi totalmente ajena al sistema institucional  
oficial, porque lo desafían y proclaman la necesidad  
de superar la crisis social que el sistema no logra re-  
solver (Hernández Delgado 2012). Al igual que ellas,  
también las “comunidades de los pueblos indígenas”,  
como las de los Wayúu, crean formas alternativas de  
economía para ejercer una autonomía activa que les  
permite escapar de las reglas del mercado y de las de  
los actores armados. La máxima expresión de la resis-  
tencia de los pueblos indígenas se lleva a cabo en la  
región del Cauca, donde, desde la segunda mitad de  
la década de 1970, se forma el Cric (Consejo Regio-  
nal Indígena del Cauca), una organización política que  
no actúa solo en defensa de la cultura del pueblo nasa,  
sino más bien para negar la conexión entre la guerra y  
la política que caracteriza al gobierno central. La auto-  
nomía de las “comunidades nasa” se basa en formas de  
auto-organización, que incluyen una forma original de  
democracia directa.  
En el caso colombiano parece que este tipo de relación  
entre “la política” y “lo político” es la demostración de  
que la creación política, o sea, el movimiento social  
que realiza “la política”, aparece como la forma de “lo  
político” que niega el principio de violencia, entendi-  
do como principio alrededor del cual se crea el orden  
colectivo, y, por lo tanto, se opone a la guerra no solo  
como una condición ideal, sino, sobre todo, como la  
institución central que organiza la sociedad.  
La violencia y la esfera de “lo político”  
Todo este panorama parece una confirmación de  
la tesis del filósofo francés Etienne Balibar sobre la re-  
lación entre la esfera política y la violencia: para él la  
violencia es el criterio que permite distinguir los dife-  
rentes conceptos de política, ya que traza una frontera  
entre las varias esferas políticas (Balibar 2010, 9-16). Si  
consideramos la situación colombiana, la tesis princi-  
pal de Balibar sobre la relación entre la violencia y la  
política parece aceptable.  
Pero, en su análisis hay también un componente pro-  
blemático que necesita de una mayor reflexión para  
llegar a explicar con claridad una relación de este tipo.  
El filósofo francés cree que la esfera política se basa en  
un rasgo que la destruye, es decir, que ella se genera  
en la confrontación con “su imposible”, representado  
por la violencia (eso aparece en el caso de Colombia  
y de muchos otros contextos socio-históricos contem-  
poráneos, como, por ejemplo, en la actual Turquía de  
8
Erdogan ). En referencia a Espinoza, Balibar sostiene  
Todas estas formas de “resistencia desarmadas” son  
instituciones paralelas que desafían la estructura polí-  
tica del Estado a través de la práctica y de la aplicación  
de una democracia política y social reales. Todas ellas  
que, antropológicamente hablando, se debe tener en  
cuenta la presencia de un “residuo de violencia impo-  
sible de erradicar”, que él llama “violencia extrema”, y  
que, en el caso de la esfera política tomaría la forma de  
10  
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un “sistema de crueldad”. La “contra-violencia revolu-  
cionaria” de Lenin, la no violencia de Gandhi, como  
también la tesis hegeliana adoptada por Marx sobre la  
conversión de la violencia en la civilización y en la ra-  
cionalidad histórica, serían incapaces de comprender  
y superar el problema de la “violencia residual y exter-  
na” a la política, pero a la vez siempre intrínseca a ella.  
La única forma válida de emancipación política de la  
violencia, por lo tanto, es esa configuración que Bali-  
bar llama “Civilización”, o también, la “anti-violencia”,  
a saber, la lucha perpetua de la política contra ese ex-  
ceso de violencia que la constituye. La “anti-violencia”  
sería el intento de negar que el residuo de violencia  
pueda afectar a la formación de las formas jurídicas e  
institucionales (Balibar 2010, 17-38).  
mensión colectiva es posible eliminar la violencia que  
se produce en situaciones conflictuales (Gandhi 1986;  
Mandela 1994).  
La falta de comprensión de Balibar es aún más profun-  
da si se tiene en cuenta la posición del representante  
más destacado del enfoque no violento contemporá-  
neo, Johan Galtung. Convencido de la inutilidad y de  
la ineficacia de las prácticas violentas para resolver  
conflictos humanos, Galtung considera la paz como  
una reducción de la violencia, y no su supuesta elimi-  
nación ontológica (Galtung 2003 y 2004). En el caso  
que nos ocupa, el de la relación entre la violencia y la  
política, Galtung hace referencia a una “violencia es-  
tructural” en la sociedad y a un interminable proceso  
de transformación creativa de los conflictos violentos  
a través de un preciso método no violento, el méto-  
do “Transcend” (Galtung 2008). En otras palabras, el  
filósofo noruego considera que es posible y factible,  
en todos los niveles de la existencia, desarrollar una  
práctica que pueda crear una nueva realidad colectiva,  
aceptable y sostenible por todas las partes implicadas  
en el conflicto. Su método consiste en crear una nueva  
forma para fortalecer los lazos sociales a través de la  
autonomía y de la confianza en sí, y gracias también  
al desarrollo de una temporalidad considerada como  
problemática (para Galtung se tiene que considerar la  
articulación entre el pasado, el presente, y el futuro si  
queremos realizar una acción de transformación). En  
última instancia, para él, esta práctica conduce a la for-  
mación de una organización horizontal de las relacio-  
nes humanas (Galtung 2008, 183-230).  
En otras palabras, la política debe impedir constante-  
mente la inclusión de la crueldad en el circuito de la  
ley (un fenómeno que, podríamos añadir con Balibar,  
se dio en el caso de la Alemania nazi, y que, ahora,  
9
ocurre con la dominación de la lógica neoliberal ).  
El problema que tiene este argumento es el vacío que  
deja abierto a la hora de especificar el papel y la im-  
portancia que la violencia asume en relación con “lo  
político”. No está claro, de hecho, si Balibar cree que la  
extrema violencia, o la crueldad, es constitutiva de “la  
política” y, más en general, si ella atraviesa siempre la  
esfera de “lo político”: lo que resulta más problemáti-  
co para nosotros es que no aclara, en particular, si la  
extrema e inevitable violencia juega un papel princi-  
pal en “la política”, o si constituye una excepción en  
esta práctica. La situación socio-histórica de Colombia  
muestra, por ejemplo, que esta relación constitutiva y  
perjudicial existe sólo cuando no estamos en presencia  
de la “creación política”.  
Aunque no es de origen hegeliano, la eliminación de la  
violencia propuesta por Galtung muestra cómo la te-  
sis sobre la transformación de la violencia social en las  
formas de convivencia sigue siendo relevante, y debe  
ser comparada con la idea de “anti-violencia” defendi-  
da por Balibar.  
Por último, si analizamos también la que Balibar hace  
de la tradición teórico-práctica de la no violencia, con-  
siderada como una perspectiva absoluta que incluye  
una visión ontológica de la violencia, no podemos es-  
tar de acuerdo con él. Gandhi, Mandela y otros miem-  
bros importantes de esta posición religiosa y política,  
de hecho, no hablan de la eliminación completa de la  
violencia. Ellos abren la posibilidad de elegir, en un  
contexto de conflicto, entre los actos de violencia y las  
acciones no violentas; es decir, piensan que, en la di-  
Desde nuestra perspectiva, Galtung propone actual-  
mente un método político para resolver los conflictos  
violentos, basado en la capacidad creativa de los seres  
humanos. Es muy frecuente que el resultado consciente  
de un proceso social que quiere solucionar conflictos  
entre intereses, valores o imaginarios, es la creación de  
una esfera de relaciones y de normas basadas en la ho-  
8
9
Profumi, Emanuele. 2015 (6 Giugno). Come arriva al voto la Turchia di Gezi Park. Roma: Lef .  
Dejours, Christophe. 1998. Souffrance en France: de la banalisation de l’injustice sociale. Paris: Ed. du Seuil.  
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rizontalidad. La práctica política que crea lo que pode-  
mos llamar “lo común”, sirve, a la vez, para resolver los  
conflictos violentos y para permitir una praxis política  
real.  
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE “LO COMÚN” COMO  
PROYECTO POLÍTICO  
Para analizar la relación entre “la política” y la vio-  
ginario” y de la “institución” ya son creaciones comu-  
nes, porque son el producto de una compleja acción  
colectiva, como pasa en cada creación socio-histórica.  
Por lo tanto, hay que distinguir entre la creación so-  
cio-histórica de “lo común” que se produce cuando se  
afirma un particular tipo de costumbre social, que es  
de tipo antropológico, y una creación común que se  
produce a través de un proyecto político, como, por  
ejemplo, en el caso colombiano, el del movimiento de  
las comunidades alternativas. En otras palabras, el in-  
tento de creación política es una afirmación conscien-  
te de la dimensión antropológica de “lo común” y no  
se puede confundir con esta última realidad (Profumi  
2013).  
lencia, entonces, una primera reflexión tendría que ex-  
plicar cómo se realiza la construcción de “lo común”  
dentro de una sociedad, y, a nivel filosófico, de “lo co-  
mún” como tal.  
En el último decenio, el debate sobre “lo común” ha  
generado varios análisis que lo han afirmado a partir  
de su relación interna con las características principa-  
les de la creación política, como, por ejemplo, con la  
autonomía humana.  
Este es el caso de los trabajos de Negri y Hardt  
Commonwealth) y de Dardot y Laval (Commun.  
(
Essai sur la révolution au XXI siècle), que son parti-  
cularmente importantes no tanto porque quieren re-  
novar una perspectiva anticapitalista y comunista en  
el siglo XXI, sino, sobre todo, porque se refieren a la  
realidad política de los movimientos sociales espon-  
táneos que reclaman “lo común” hoy en día en dife-  
rentes partes del mundo (especialmente en Europa y  
América del Sur), en relación a la herencia histórica  
de estos movimientos y a la práctica de la autonomía  
política que los caracterizan.  
Tanto Hardt y Negri, como Dardot y Laval, han igno-  
rado o malinterpretado importantes ideas de Castoria-  
dis y, por este motivo, han construido una ontología  
política en la que una de estas dos realidades creadoras  
de “lo común” se presenta como el centro ontológico  
que reduce o elimina a la otra.  
En el caso de Hardt y Negri sucede así porque ellos  
realizan un híbrido entre una perspectiva marxista  
y la filosofía de Spinoza, en base a una lectura parti-  
cular de Foucault y Wittgenstein: ellos entienden “lo  
común” como el producto de lo que podría llamarse  
una especie de “vitalismo del evento revolucionario”.  
Al contrario de lo que les reprochan Dardot y Laval,  
la idea de “lo común” de Negri y Hardt no expresa un  
supuesto “naturalismo de lo común” (Dardot y Laval  
La importancia que tienen estos trabajos está en la  
referencia que hacen a los movimientos históricos de  
tipo político, porque ayuda a comprender que la cons-  
trucción de lo que se considera común es la expresión  
de un proyecto político, y no simplemente algo natural  
que hay que reconocer en el mundo.  
2014, 189-227), sino más bien un “vitalismo del even-  
Ambas parejas intelectuales, en cambio, desarrollan,  
cada uno por su cuenta, una discutible categoría onto-  
lógica y política específica sobre “lo común”, que quiere  
combinar las realidades antropológicas de la creación  
humana (institución e imaginario), que podríamos lla-  
mar, gracias Castoriadis, “lo común espontáneo”, con  
un “común consciente”, producto del poder de trans-  
formación política (Castoriadis 1975). Sin embargo,  
esta posición no es aceptable, porque el resultado es  
la confusión de estas dos formas de “lo común”. Como  
enseña Castoriadis, de hecho, las realidades del “ima-  
to del Amor”, que permite la aparición de la política  
como producto de una “ontología de lo común”. O sea,  
para estos autores, “lo común”, de hecho, no sólo es la  
riqueza común del mundo material, sino todas las rea-  
lidades necesarias para la vida social y colectiva, como  
el lenguaje, los afectos y la expresión humana (Hart y  
Negri 2010, 184-192).  
A raíz de un cierto marxismo, ellos consideran el po-  
der político enteramente inmanente a las estructuras  
económicas y legales. La producción económica se  
12  
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convierte en el lugar de la aparición de la potencia  
biopolítica del poder que constituye el acontecimiento  
revolucionario. Al hacer referencia a Spinoza, vuelven  
a la idea de una libertad antropológica que formaría la  
base de la subjetividad que crea “lo común”, y que, hoy  
en día como ayer, resiste a la mortificación humana di-  
fundida por el poder autoritario y el sistema capitalista  
cen, así, un error igual y contrario a los primeros dos  
intelectuales.  
Para evitar que se perciba la realidad de “lo común”  
bajo una perspectiva naturalista o esencialista, y gra-  
cias a una lectura histórica que hace referencia al  
trabajo teórico de Foucault, los dos investigadores  
franceses toman la noción aristotélica de Política y la  
transforman en un principio que sería la base de las  
luchas democráticas a lo largo de los tiempos moder-  
nos (Dardot y Laval 2014, 21-51; 281). Para ellos, “lo  
común” es “la actividad de poner en común” típica de  
(
Hart y Negri 2010, 311-319). De acuerdo con ellos,  
por lo tanto, la libertad es anterior a la opresión de la  
dominación.  
Si seguimos este razonamiento hasta sus extremas  
consecuencias, ellos afirman la idea de una “ontolo-  
gía constitutiva”, a través de la cual se puede explicar  
la existencia de una “multitud” forjada por el poder  
ontológico del Amor, que sería el único capaz de libe-  
rar la igualdad y la libertad política que están a la base  
de la producción de “lo común”. Gracias a la heren-  
cia marxista, ellos entienden esta forma de liberación  
como “lucha de clases”; y, en particular, como “éxodo”,  
el proceso de salida de las limitaciones que nos impone  
el actual sistema capitalista. Este éxodo se daría gra-  
cias al crecimiento de la producción biopolítica, a su  
desarrollo, y prepararía así la futura disolución de este  
mismo sistema (Hart y Negri 2010, 296-310).  
1
0
la praxis política, o sea, el principio de organización  
política de lo que consideramos común (Dardot y La-  
val 2014; 23-24; 405-458).  
Este principio es también la base de la marxiana “regla  
de uso” económica, y expresa, como tal, “lo no-apro-  
piable”, que apoya toda actividad que fundamenta la  
comunidad humana (Dardot y Laval 2014; 233-283).  
Por esa razón, ellos hacen referencia a este tipo de re-  
gla para demostrar la necesidad de un nuevo principio  
jurídico que se enraíce en “lo no-apropiable”, realidad  
humana que se encuentra en la base del derecho con-  
suetudinario: ellos quieren fundar un “derecho de lo  
común” que se refiere a “lo no-apropiable”, considera-  
do como un principio capaz de instituir toda la orga-  
nización de la sociedad, o sea, la institución humana  
como tal (que, como Castoriadis, consideran como  
nuestra dimensión antropológica fundamental) (Dar-  
dot y Laval 2014, 285-324).  
En fin, la falta de distinción entre el nivel ontológico  
y el nivel político de la creación de “lo común” lleva  
a Negri y a Hardt a afirmar, como Sartre hizo antes  
que ellos, que estamos “condenados a la libertad”. Pero  
esta idea es refutada por la realidad de la barbarie que  
vivimos en muchas sociedades actuales y por la opre-  
sión de la misma desigualdad y falta de libertad pro-  
ducida por la “globalización neoliberal”. Este error de  
percepción histórico-político y la hibridación intelec-  
tual entre marxismo y espinosismo les permite afirmar  
también que vivimos en una fase histórica casi revo-  
lucionaria, generada por el mismo sistema capitalista  
Aunque ellos toman en cuenta todos los aspectos im-  
portantes de la creación socio-histórica (como, por  
ejemplo, el hecho de que esta es una actividad colecti-  
va), creen que “lo común” es principalmente el resulta-  
do de la actividad política, y, así, no pueden compren-  
der realmente la creación socio-histórica y distinguir  
las diferentes formas de creación de la esfera de “lo po-  
lítico” que, en realidad, son también expresión de “lo  
común”. La creación de la esfera política es una forma-  
ción específica de “lo común”, y, aunque el análisis so-  
bre “lo común” típico de la política es central, se tiene  
que relacionar con otras organizaciones de “lo común”  
de tipo político y de tipo no político. Caso contrario, se  
podría afirmar que “lo común” es producto exclusivo  
de “la política”, tesis imposible de demostrar.  
(
Negri y Hart 2010, 359-381). Pero ¿cómo podemos  
aceptar esta afirmación dada la actual dominación de  
la lógica y de la organización del poder neoliberal (Su-  
piot 2015)?  
Si Hardt y Negri reducen lo “común político” a una di-  
mensión “ontológica de lo común”, Dardot y Laval, por  
el contrario, construyen un “común” que es exclusiva-  
mente el resultado de una “ontología política” y produ-  
1
0 Esta praxis humana corresponde a la práctica de autonomía que hemos llamado con Castoriadis “creación política”, porque se basa en la creación del  
autogobierno político y de la democratización de la esfera de “lo político”.  
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No podemos, entonces, seguir a estos intelectuales  
si queremos analizar más en profundidad la relación  
entre la política y la violencia, porque, en última ins-  
tancia, ellos operan una remoción de la creación co-  
mún: si no distinguimos entre la práctica política de  
lo común y la dimensión antropológica en la cual se  
apoya pero a la que no se reduce, va a ser imposible  
individualizar el proceso en el cual la violencia se vuel-  
ve el principio organizador de “lo político”, que, para  
nosotros, es el ámbito donde se genera la guerra.  
PARA OBTENER RESPUESTAS  
Estos intelectuales no pueden ver, además, que “lo  
común”, en la esfera de “lo político” se genera a partir  
de un conflicto que abarca la visión de la sociedad y del  
poder colectivo, cuando la apuesta es la de generar “la  
política”. El nuevo tejido social del imaginario y de la  
institución es producto de la apuesta que lleva a cabo  
la práctica política, que, como tal, se desarrolla como  
un conflicto sobre la creación de “lo común”. En esta  
cómo se enraíza, luego, en el ordenamiento jurídico.  
En general, para tener unas respuestas “teóricas” sobre  
el modo en que la violencia se articula con la esfera po-  
lítica, y genera así un Estado de guerra, hay que tratar  
la posible oposición entre la esfera de “lo político” y la  
esfera de “la política”, y, además, focalizar cómo nace  
y se desarrolla el conflicto entre distintos proyectos  
de sociedad cuando un imaginario instituyente logra  
orientar la práctica instituyente sobre algo que se con-  
sidera “lo común”.  
1
1
lucha se cuestiona la institución de lo que es común,  
o sea, el proyecto dentro del cual hay que considerar  
otra vez a las instituciones que compartimos a nivel de  
poder colectivo, y, más en general, aquellas que defi-  
nan la sociedad. En otras palabras, tanto “lo político”  
como la “política” crean “lo común” por un conflicto  
social que, ante todo, se da sobre el “imaginario insti-  
En el caso de la migración forzada en Colombia, tal  
como en otros países que comparten condiciones de  
guerra a “la política”, donde se produce constantemen-  
te violencia social y drama humanitario, sería necesa-  
rio proponer un plan nacional para la defensa de las  
prácticas de autogobierno y de las formas de democra-  
cia social, que son la condición básica para el empode-  
ramiento popular y para el desarrollo de un conflicto  
no-violento, gracias a las cuales se espera que sea posi-  
ble no solo salir de la condición de guerra, sino, sobre  
todo, evitar caer otra vez en un conflicto armado.  
12  
t u y e n t e”. Por este motivo, no podemos entender esta  
creación si la relacionamos con la idea habermasiana  
de “esfera pública” (Habermas 1982). Mejor sería re-  
ferirse al análisis de Hannah Arendt, que distancia la  
política de la violencia y considera la primera como  
la esfera de la pluralidad y de la capacidad que tiene  
cada uno de originar cierta novedad como algo común  
(
Arendt 2005). Solo que la distinción de Arendt, qui-  
zás influenciada demasiado por Aristóteles y Kant, pa-  
rece rechazar el antagonismo que se produce a la hora  
de crear algo común. Como hemos visto, cada nueva  
práctica política puede ser, a la vez, una fuente del con-  
flicto colectivo sobre los actos constitutivos de la nue-  
va sociedad y una solución de la lucha violenta que se  
desarrolla sobre lo que no queremos o que no sabemos  
compartir (como nos enseña el método Transcend).  
Por esta razón es precisamente en esta lucha política  
donde se tendría que buscar si el principio de violencia  
se vuelve central para la esfera de “lo político” y para  
Como tiene que resultar claro ahora, la solución al pro-  
blema de los desplazados internos no pasa por tratar  
ese drama social como una “emergencia humanitaria”  
o como un problema de estabilización socio-económi-  
ca (Sánchez Mojica 2007, 454). Por este motivo, si que-  
remos traducir en términos de “derechos” las herra-  
mientas políticas necesarias para solucionar de raíz la  
realidad de la guerra que genera la migración forzada,  
no se tendría que hablar simplemente de “derechos a  
la salud”, “derecho a la educación”, “derecho a la vivien-  
1
3
da”, de “derecho a la subsistencia” o, más en general,  
de “derecho a la vida”; sino, más bien, cómo integrar  
“la política”, y, de ser el caso, cómo lo hace; y explicar  
1
1 Un ejemplo de este tipo de conflicto se da en la sociedad globalizada en relación con el ecosistema: hay un conflicto que se da a nivel mundial para  
solucionar el problema del calentamiento global, entre gobiernos que representan intereses privados y asociaciones ecologistas que hablan en nombre  
de la sociedad y del ecosistema natural.  
1
1
2 El “imaginario instituyente” es un concepto utilizado por Castoriadis, y se refiere al imaginario que cambia la visión que tenemos de la sociedad y pro-  
duce efectos materiales de reorganización de las instituciones sociales y políticas.  
3 Consejo Nacional de Atención Integral a la Población Desplazada, Informe del Consejo Nacional a la Corte Constitucional, 16 de septiembre de 2004,  
Acta del CNAPD del 13 septiembre de 2004.  
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el “derecho al poder político o derecho a la política”  
dentro de la idea de “derecho a la paz” que se ha desa-  
En el caso de los desplazados internos de Colombia,  
por ejemplo, se podría pretender que el actual proceso  
de paz sirva para enraizar el principio del autogobier-  
no y del conflicto político no-violento en la estructura  
del Estado, aunque pueda parecer paradójica. Lo que  
quiere decir, sobre todo, no solo desmovilizar los para-  
militares y las guerrillas, sino reducir progresivamente  
y completamente el ejército nacional.  
1
4
rrollado en las últimas décadas. Pero un “derecho al  
poder democrático” parece ser un sinsentido, porque  
depende, ante todo, de la voluntad y de la capacidad de  
autogobierno de los individuos y de las herramientas  
colectivas para cambiar radicalmente la organización  
de los Estados en guerra, como Colombia.  
En otras palabras, esa situación deseable dependería  
de la capacidad colectiva de crear otra sociedad, un lo-  
gro que no se puede garantizar con un derecho, sino  
que es la fuente de cualquier derecho (democrático).  
En fin, el problema de los migrantes forzados apunta a  
un problema más profundo, cuya solución puede en-  
contrarse solo si se contesta en futuro a esta pregunta,  
y de qué manera se lo vaya a hacer: ¿“la política” es  
una práctica instituyente capaz de desarrollar, en for-  
ma no-violenta, el conflicto que se genera alrededor de  
“lo común”?  
Parece más creíble establecer condiciones políticas  
concretas en cada situación particular.  
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4 Disponible en http://www.unesco.org/cpp/sp/declaraciones/HRtoPeace.htm  
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