Facultad de Derecho
difíciles de superar, sobre todo en cuanto al estatus de
ciudadanía y las prácticas de representación. Había-
mos dicho que el principal enunciado del liberalismo
político fue el de que la soberanía residía en la Nación,
que a su vez estaba conformada por el pueblo; es de-
cir, el pueblo como el nuevo soberano. El problema
está en que las elites desconfiaban de eso que llamaban
Personalmente me siento más a gusto con aquellas
perspectivas historiográficas, que elaboran sus ex-
plicaciones a partir de la identificación de sujetos
concretos: por ejemplo, los artistas, los maestros, las
mujeres obreras en un momento y lugar determina-
dos; examinan sus maneras concretas de resolver sus
vidas y sus relaciones con el poder; relaciones que
son de resistencia, de adaptación, de apropiación; que
son conflictivas, pero que también que demuestran la
capacidad de los sujetos de negociar con el poder, de
hacer concesiones, y exigir algo a cambio. Estudiar los
discursos políticos nos permite comprender no sola-
mente cómo es que las elites letradas y políticas usaron
estos vocabularios y retóricas, sino también cómo es
que estos lenguajes entraron a formar parte de los ho-
rizontes comunicativos y simbólicos de sectores de la
población que aun sin ostentar puestos y funciones
de poder, estaban reflexionando sobre sus relaciones
con la autoridad, el Estado, el municipio, la Iglesia;
y elaboraron estrategias y formas de actuar frente al
mismo. El estudio de las asociaciones de artesanos en
Ecuador de la primera mitad del siglo XIX nos permi-
te, por ejemplo, comprender no solo las experiencias
organizacionales de este segmento de la población,
sino también los distintos usos políticos y retóricos
que los socios dieron a las voces “república liberal”,
“democracia”, “ciudadanía”, etc., así como las prácticas
políticas que se articularon a estos lenguajes.
“plebe”, “muchedumbre” “populacho”; y tuvieron que
enfrentarse al dilema sobre cómo construir un nuevo
tipo de representación, que aun cuando se legitimara
en la figura del pueblo, no afecte a sus privilegios y
jerarquías, muchos de ellos de origen colonial. La pri-
mera mitad del siglo XIX está atravesada por el debate
sobre qué es lo que se debe privilegiar: ¿si las liberta-
des o el orden? ¿Quiénes debían acceder a qué tipo
de libertades? ¿Todos los habitantes de un territorio, o
solo aquellos que ostentaban el estatus de ciudadano?
Y, ¿cómo conjugar la necesidad de construir legitima-
ción en un nuevo orden político, cuando la mayoría
de la población no tenía acceso a la ciudadanía? La
educación fue una temática crucial en este debate. Se
trataba de educar a los nuevos ciudadanos, de ense-
ñarles a leer y a escribir e inculcarlos en los valores de
la civilización, el trabajo y el progreso; en definitiva,
un esfuerzo por controlar y disciplinar a estos sujetos,
en quienes -al menos en términos discursivos-, debía
residir la soberanía.
DJH: Revisaba sus publicaciones y recordé a Eric
Hobsbawm y la historia desde abajo o la historia de
la gente corriente, caigo en la cuenta de que mis pre-
guntas no se refieren a ella; estos discursos políticos
a los que me he referido ¿juegan algún papel en el
pueblo llano o esas son exclusivamente preocupa-
ciones aristócratas y burguesas?
DJH: En el ámbito de la filosofía se dice que la Mo-
dernidad del siglo XIX implicó la secularización del
Estado, pero nosotros tuvimos gobiernos signados
por el catolicismo, quizás el más recordado es Ga-
briel García Moreno y la consagración de Ecuador
al Sagrado Corazón de Jesús; ¿el matrimonio entre
catolicismo y Estado no fue cuestionado en el siglo
XIX?
GBG: La primera pregunta que habría que hacerse ahí
es qué o quién es lo que los historiadores y cientis-
tas sociales denominamos “el pueblo”. Creo que “el
pueblo” es más bien una construcción, una abstrac-
ción que arroja más preguntas que certezas, y que ha
servido más a las ideologías que la reflexión científica.
GBG: La creación de las repúblicas latinoamericanas
implicó también rediseñar la relación entre Iglesia y
Estado. Para el caso ecuatoriano, considero que no
es posible hablar de una conexión automática entre
liberalismos, posiciones anticlericales y procesos de
secularización. Por poner un ejemplo: Durante los
gobiernos marcistas, especialmente durante los perio-
dos presidenciales de José María Urbina y Francisco
Robles, los liberales radicales usaban las fórmulas de
¿
Quiénes son eso que llamamos “el pueblo”? ¿Los ha-
bitantes de un territorio, la sociedad civil, los subalter-
nos, indígenas, campesinos, desempleados, analfabe-
tos? Y si todos ellos hacen “el pueblo” ¿en oposición a
qué o a quiénes lo definimos?
CÁLAMO / Revista de Estudios Jurídicos. Quito - Ecuador. Núm. 10 (Diciembre, 2018): 88-94
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